Amor y política

La política tiene tal vocación totalitaria que se mete en nuestros gustos, aficiones, estilos y hasta tics

Policarpo lanzaba este supuesto en Twitter: "Te enamoras perdidamente de alguien (amor a primera vista). En la tercera cita descubres que sigues derritiéndote por él y que, ¡oh sorpresa!, es podemita, pro-indepes y feminista ¿Te desenamoras?" Romántico irremediable, yo estaría encantado con ese argumento de película, pero Aristóteles me advertiría que le falta algo: la verosimilitud. Es impensable no saber qué piensa cualquiera no digo ya a la tercera cita, ¡sino al primer segundo! Más aún: a quince metros de distancia. Viene uno bajando la calle y ya sabes lo que vota según va vestido, se peine, ande o se ría… Con un mínimo margen de error, tal vez, aunque nada que no pueda arreglar fácilmente un buen pacto poselectoral.

El poeta chileno Ibáñez Langlois escribió que amar todo lo azul, gustar de Mozart o tener padre son acciones de derecha; mientras que tener madre, hablar con voz muy alta por teléfono, odiar los uniformes o desnudarse con suma rapidez son acciones de izquierda. En la misma línea, podríamos añadir, no sé, que las camisetas son de izquierda (de tirantes, de extrema izquierda) y los polos de derecha, que la hípica es carca y el senderismo rojea, que el tabaco es reaccionario; el vino, conservador; el agua mineral, liberal; y la marihuana, progre... Con zonas difusas, claro, como los galgos, que en el campo son una cosa y, en el parque, la contraria. Ni el tiempo (tópico neutral por excelencia) se libra. Si uno dice que hace calor o frío, saltará un negacionista del cambio climático con que hace el tiempo que tiene que hacer en esa época del año, so alarmista.

Eran otros tiempos cuando Romeo y Julieta podían coincidir en una fiesta y luego echar media noche charlando a la luz de la luna en un balcón y no caer en que uno era Montesco y la otra, Capuleto. Ahora hasta en noches sin luna se ve bien el color de cada gato y su número exacto de pies.

Más allá del chascarrillo, es un síntoma muy grave. Demuestra que las ideologías (incluso las liberales) tienen una acusada tendencia totalitaria y se meten por todos los intersticios de la vida. Deberíamos hacer un esfuerzo por declarar algunas áreas libres de humo político, como el arte, la ropa o el lenguaje. Favoreceríamos el amor y la amistad, además de la misma política en sus justos límites. Por desgracia, eso es más fácil decirlo que hacerlo. Yo, por ejemplo, con coleta, no me veo. Ni escuchando rap.

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