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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Amparo Muñoz

EN la tercera entrega de Tu rostro mañana, Javier Marías incluye una fotografía de Jayne Mansfield y Sofía Loren tomada en Roma. Se detiene en la autodestrucción de la primera, una actriz explosiva a la que se vinculó con John Fitzgerald Kennedy y que en su declive artístico se dedicó a arengar a las tropas norteamericanas en Vietnam y aceptó papeles en películas de romanos. Jayne Mansfield murió trágicamente al estrellarse contra un camión el coche en el que viajaba a Nueva Orleans con su amante húngaro, sus hijos y sus perros chihuahuas.

Víctor Barrera, sevillano de Carmona, fue abogado de la actriz cuando Mansfield tuvo un problema con la Justicia venezolana. Barrera trabajó unos años en Caracas antes de regresar a su tierra para dedicarse al cine y a escribir. En la vega de Carmona rodó Los invitados, adaptación de la teoría algo rebuscada del crimen de los Galindos convertida en novela por Alfonso Grosso. En el reparto, junto a Lola Flores, figuraba la actriz Amparo Muñoz, otro estandarte de la autodestrucción, eufemismo cursi que la sociedad utiliza para quedarse en paz consigo misma como coro de tragedia griega cuando termina despedazando a alguien. La hermosa malagueña encarnando a un personaje que de las páginas de sucesos viajó a una novela firmada por Alfonso Grosso, una de las cumbres de la narrativa española -despreciado por Lara cuando lo convirtió en el único autor que ha sido dos veces finalista de un Planeta que nunca ganó- que también se doctoró en esta bajada a los infiernos para la que muy pronto se sacó el billete Amparo Muñoz.

La belleza es un recinto sagrado cuya exhibición permite que la profane todo el mundo. Mi generación se enamoró de Amparo Muñoz cuando la vio por primera vez. Ese primer día para los demás fue tal vez el último día para ella misma. El mundo es tan feo que necesita colectivizar la belleza. Quien no sabe administrarla se mete en los tentáculos de un monstruo abominable que tras cada galantería esconde una guadaña, en cada piropo una apropiación.

Bella del Señor. Al conocer la muerte de la modelo y actriz pensé en la novela de Albert Cohen. Una historia que empieza en unos tonos casi vodevilescos, como deben ser los concursos de belleza, y deambula después por unos pasadizos de ausencia y desesperación. La autodestrucción es una falacia, una engañifa. Alguna vez le diría a alguien: Tú lo eras todo para mí, como la canción, el arrebato de Holly, la chica que en un relato de Raymond Carver recuerda lo mejor de su vida antes de tirarse por la ventana de la suite de un motel. La miss terminó en juguete roto de Summers, reclamada como guiñapo por el mismo circo que la había elevado a categoría de diosa.

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