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En tránsito

eduardo / jordá

¿Andalucistán?

UN profesor me cuenta que en su instituto tienen que pagarle todos los días el desayuno a un alumno cuya familia vive ahora en una chabola. Y ayer mismo, en una biblioteca pública, vi a un hombre que se acercaba a pedir dinero. No era un vagabundo ni un yonqui, que conste, sino alguien que todavía conservaba la antigua dignidad de quien había tenido una casa y un trabajo. Alguien, por ejemplo, como el padre de ese alumno al que ahora deben pagarle el desayuno en el instituto.

Pero al mismo tiempo que ocurren estas cosas, no podemos olvidar que vivimos en un lugar en el que funcionan los servicios públicos y en el que aún disfrutamos de muy altos niveles de seguridad o incluso de bienestar. Ayer hice un pequeño recorrido por la campiña sevillana, y me sorprendió -una vez más- lo bien cuidados que estaban los campos y el esmero con que los agricultores trabajaban la tierra. Al ver aquellos campos, recordé lo que le oí decir a un turista español, en los últimos tiempos de la Unión Soviética, cuando pasábamos frente a los escuálidos campos de trigo de la Rusia Central: "Si piensas en las vegas tan cuidadas de Andalucía, y luego ves esto, te entran ganas de llorar". Aquel hombre tenía muchas razones para lamentar la ruina del campo soviético, porque era militante de IU y durante muchos años había creído en los mitos del comunismo.

Muchos de los que se indignan por las penurias actuales suelen creer que la única solución es acabar con el capitalismo e introducir una nueva economía basada en la igualdad y en la solidaridad. Pero esta gente olvida que todos los experimentos económicos basados en la destrucción del capitalismo han acabado siendo una ruina mucho mayor que la que intentaban evitar. Y que conste que no estoy defendiendo el modelo actual, en el que unos pocos se están haciendo mucho más ricos mientras la mayoría de la población se está volviendo mucho más pobre. Sólo defiendo un capitalismo humano, sin burbujas financieras ni privilegios obscenos, que premie el esfuerzo y el trabajo y en el que todo el mundo pueda gozar de las mismas oportunidades. No se trata de dinamitar el sistema, sino de reformarlo para que sea mucho más racional y mucho más humano. Y para eso no sólo hay que terminar con los privilegios y con las familias que pasan hambre, sino que también hay que cambiar por completo de mentalidad. Hay que aprender a trabajar duro y a tener iniciativa, y dejar de creer que el Estado tiene que dárnoslo todo hecho. Así de simple. Y así de complicado.

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