LOS andaluces, así en esa mayoría plural que formamos, en la singularidad de un mundo global, han dejado de verse y reconocerse en Canal Sur porque la autonómica ha entrado en barrena empeñándose en conservar a su audiencia más fiel, los ancianos y los vecinos de los pueblos, una batalla irremediablemente perdida que se ha acelerado. A falta de idioma propio, en Canal Sur, tan alejado de la realidad, no protegen los acentos andaluces sino que han inventado un andaluz politiqués que aspira muchas haches y se come muchas eses: es el susanista dialecto oficial. Porque sí.

Los que mandan en San Juan de Aznalfarache, en esa brújula desorientada y ciega que tienen, aún creen que la población del sur está formada por el público habitual que acude a espacios como el de Juan y Medio (salvavidas de audiencia), súbditos endomingados, complacientes y rendidos que se mondan con cualquier cosa. Creen que Andalucía (que en su oficialismo quisieron tomar en propiedad frente a las críticas) está formada por pensionistas y, también, por todos esos políticos de régimen con los que se codean, que han de retratar por imperativo institucional en sus ruedas de prensa y cortes de cinta. La Andalucía fácil. La Andalucía que dejó de ser lo que fuimos.

La mañana de Ana, pináculo del talento, de este modelo temático coplero, comenzó siendo un despropósito: un empacho monográfico de alguna población, de la que se extraían todos sus tópicos costumbristas y festeros entre conexiones del estilo Andalucía Directo y secciones tipo Su media naranja. El matinal, por debajo del 3%, ha ido rectificando su aguja hacia lo más evidente del formato: misión de consultorio polifacético, concurso telefónico (una pasta en sms por una birria de 500 euros) y segmentos a lo Sorpresa, sorpresa. La mayor parte del tiempo lo dedican a conflictos contenciosos, pinos amarillos que no dejan ver el bosque de las responsabilidades de 34 años de un gobierno monocorde. Ayer organizaron un debate sobre la familia y Canal Sur se iluminó durante un ratito.