TEMÉIS como mortales todas las cosas, y como inmortales las deseáis", escribió Séneca. Y Valdés Leal lo pintó, diecisiete siglos después, en sus Postrimerías. Fin y caducidad, sí; pero no de cualquier cosa sin valor, sino de la gloria del mundo cuya fastuosa belleza el tiempo destruye en un abrir y cerrar de ojos. Nuestra desesperación barroca no nace de la consideración de lo poco que todo vale, sino de lo mucho que vale y lo poco que dura. Es la desesperación sensual de la que nace el prodigio de la Iglesia de San Jorge: nunca la renuncia a las glorias del mundo se revistió con tan gloriosos ropajes.
"¡Oh, cuán tardía acción es comenzar la vida cuando se quiere acabar! ¡Qué necio olvido de la mortalidad es diferir los santos consejos hasta los cincuenta años, comenzando a vivir en edad a que son pocos los que llegan!", escribió Séneca. Y el belmontista Chaves Nogales lo interpretó, a nuestra manera, veinte siglos después: "No se envejece en Sevilla… A nuestro pueblo se le va la vida disponiéndose a vivirla… Nadie aprende a morir, porque nadie ha envejecido. La existencia es un encantamiento, que se rompe brutalmente en la hora definitiva. En nuestra ciudad, la muerte es siempre un asesinato".
De Séneca a Belmonte, dos estoicos suicidas, pasando por Valdés Leal o Chaves Nogales, nuestra tristeza es tan violenta como nuestra alegría, nuestro desprecio del mundo tan sensual como su gozo. Porque somos hijos del sol. En estos tres meses de grises y de lluvias comprendemos por qué Kierkegaard escribió El concepto de la angustia en Copenhague, Schubert compuso el Viaje de invierno en Viena, Munch pintó en Oslo y Dostoievski escribió Crimen y castigo en San Petersburgo.
Ya lo escribió José Nogales, que era de Valverde del Camino: "Yo alabo la erudición y la pongo sobre las niñas de mis ojos, más desde antiguo tenía la impresión desacertada de que este era trabajo de los hombres que viven en los climas duros, nebulosos, intratables, no de los que viven a plena luz, en plena campiña florecida, en plena naturaleza riente, fecunda, admirable". ¿Impresión desacertada? Chaves Nogales le contesta: "Estas afirmaciones tienen, en el mes de abril, un valor incontrastable. Hay algo que vibra en toda la ciudad y que hace que todos nuestros libros tengan una triste inactualidad de cosas muertas. Es nuestro mes de abril el otoño de los libros".
Bien lo sabía Camus -hijo del sol argelino- cuando escribió: "en el centro de nuestra obra, por negra que sea, brilla un sol inextinguible". Así somos. Por eso anhelamos tanto el sol en este largo día gris que ya dura cuatro meses.
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