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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Antonio Burgos evita el oro de Andalucía

En el ofrecimiento de la medalla se ve una lucecita para la esperanza encendida en San Telmo

En Sevilla hay cola para recoger una medalla, premio o cualquier perrito piloto de peluche. Llamas a alguien para comunicarle un galardón y está el tío aceptándolo al mismo tiempo que se hace el nudo de la corbata y pregunta dónde es el acto y cuántos familiares pueden acompañarle al canapé. Conocer a alguien que haya declinado cualquier tipo de corona de laurel es tan difícil como avistar un lince cruzando la carretera de Matalascañas o a alguien comprando en un puesto de turrón en los alrededores de la Feria. Son casos mínimos. No se cotizan los nones en la sociedad del buenismo. El otro día telefonearon desde el Palacio de San Telmo al escritor y periodista Antonio Burgos para comunicarle la concesión de la Medalla de Andalucía. Hace años, muchísimos años, que se merece los honores de su tierra. Al menos desde que en 1971, con Franco en el Pardo, sacó el célebre libro ¿Andalucía, tercer mundo? con cuya lectura muchos de los que ahora viven de la autonomía pudieron descubrirla. La cantidad de méritos acumulados desde entonces es infinita, casi tanto como los críticos que son el predicado que acompaña a todo sujeto con éxito. No hay triunfo sin coro de envidiosos. Lo bueno de esta historia es que gracias a esa gestión se ha apreciado en San Telmo una lucecita de esperanza. Se ha pretendido con todo acierto hacer justicia -sin rencor- y comprendiendo que el periodismo no es un oficio para fabricar almíbar ni hacer amigos. Distinto es que Burgos declinara la concesión de la medalla, como ya hizo con los honores que la ciudad de Sevilla quiso tributarle en 2012 con una recopilación de apoyos de personalidades, instituciones y particulares. Quede constancia de que en esa relación de firmas había desde cofradías muy antiguas hasta personajes de izquierdas que fueron claves en la Transición y que redactaron cartas de reconocimiento a la valentía de Burgos y a su libertad de crítica. Si hemos quedado en que lo bueno de esta historia es la demostración de la entrada de aire fresco en las dependencias grises de San Telmo, mejor aún es la razón que el escritor esgrimió para no comparecer el 28-F en el Teatro de la Maestranza. La tranquilidad sin polémicas es la mejor medalla. Por eso Burgos dijo no. Como Boadella declinó la de Cataluña. A ciertas alturas de la película, uno no está para exposiciones gratuitas. Al colgar el teléfono tras una intensa conversación, quizás alguien le preguntó qué sucedía. Y tal vez don Antonio quitó hierro y respondió que no ocurría nada, que simplemente habían llamado del Consejo de Cofradías para preguntarle si usaría este año sus dos entradas para el acto del Pregón. Y acarició al gato, que había oído toda la charla. Miau.

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