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Anular al Rey

El asalto al Estado democrático necesita ahora, en esta fase, ocultar, mediatizar y anular al Rey

Me resultaba imposible contemplar el pasado lunes las escenas casi cantinflescas que ensombrecieron la celebración de la fiesta nacional de España sin que me vinieran a la cabeza otros intentos de mediatización o anulación de los reyes por validos y camarillas. Aquellos solían tener en común la premisa de cortocircuitar la relación libre y espontánea de los monarcas con su pueblo, de excitar la malquerencia, desprestigiar y convertir al príncipe en una figura meramente decorativa mientras hubiera algo que decorar y hasta que el descarnado poder oligárquico se sentía con capacidad y despeje para propinar el definitivo puntapié al monigote previamente confeccionado.

Sostienen algunos historiadores, no por cierto de los peores, que la Monarquía hispana podría remontarse con propiedad al año 414, cuando el godo Ataúlfo se instaló en Barcelona. Desde esa fecha y hasta hoy, en España se han sucedido reyes de las más diversas condiciones personales durante exactamente mil seiscientos años, ya que las dos breves interrupciones republicanas de esa impresionante cadena, sin otro igual en el mundo que Japón, ocupan precisamente los seis años escasos que restan. Y es importante resaltar, con las tristes imágenes del 12 de octubre en la retina, con don Felipe rodeado por sus peores enemigos, que en ambos casos la República no llegó a consecuencia de levantamientos populares contra la Monarquía, sino de conspiraciones protagonizadas por individuos y partidos tenidos por puntales de los regímenes precedentes y bien establecidos en sus gobiernos. Personajes de dudosa trayectoria que encontraron en la República el bálsamo de Fierabrás para los males que, en buena medida, les eran imputables a ellos mismos.

Es difícil sustraerse al juego de espejos entre lo que vemos y lo que la experiencia histórica nos dice que está ya pasando. Lo que a la vista de todos se va cociendo en estas semanas desastrosas en las que empieza a sentirse el vértigo que precede a los tiempos decisivos, no puede tomar por sorpresa a nadie. El asalto al Estado democrático por un poder de partido que se niega a reconocer sus límites y que los va transgrediendo uno tras otro sin adecuada respuesta social necesita ahora, en esta fase, ocultar, mediatizar y anular al Rey. Si lo consigue, ¡ay! si lo consigue, porque, como espero haya quedado claro, en cada momento histórico fueron sus reyes los que hicieron España.

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