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ESTAMOS en un país en el que -dicen- todo el mundo tiene dentro un seleccionador nacional. Pero como en Sevilla siempre hemos sido diferentes para todo, nosotros vamos más allá y aquí el personal lo que lleva en su interior no es ni un Luis ni un Del Bosque, sino un maravilloso descubridor de futbolistas. Quizá por eso no nos soltamos de esa manía de poner apellido a los fichajes. Nos encanta aquello de éste es de tal y aquel otro es de cual. Así, al hablar de futbolistas se propagan bulos más o menos fundados sobre la autoría de la gestión o el dueño del ojo que tuvo el tino de verlo primero.

Así, oímos que a Daniel lo trajo Antonio Fernández, a Baptista lo vio Ramón, Kanoute fue una apuesta de Juande (que también trajo a Duda), y Mosquera es culpa de Víctor Orta, que dicen que la espina se la sacó con Fazio. Podríamos seguir, pero ahora que ya España ha ganado algo sin ayuda de esa sabia legión de consejeros y que el Sevilla se ha entretenido en levantar hasta cinco titulos y jugar una final más con muchos de esos descubrimientos, apetece más quedarse calladito y aplaudir la confección de una plantilla que quedó cerrada ayer con Duscher y que es la envidia de muchos técnicos. No es fácil igualar un elenco en el que salen de una tacada Daniel, Poulsen y Keita, pero más difícil es aún mejorarla. Al menos ha mejorado en equilibrio porque luego los refuerzos, hijo cada uno de su padre y de su madre, son los que se encargan de sumar o de restar con sus circunstancias personales. Si los que suman son más que los que restan, Monchi habrá aprobado el curso, aunque luego cada incorporación se irá alineando en el bando de los buenos o de los malos. Entonces es cuando le buscamos un padrino.

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