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Aprendices de brujo

Si alguien disculpa las agresiones contra sus adversarios, estas agresiones se volverán contra él

Hace muy poco, en Rincón de la Victoria (Málaga), un hombre intentó agredir al diputado Alberto Garzón, de Unidos Podemos, que iba paseando por la calle acompañado de su mujer. Un horror, se mire como se mire, pero un horror previsible desde que desde hace unos años el odio al adversario se ha instalado entre la clase política y entre los militantes más fanatizados que se pasan el día vomitando agresividad en las redes sociales. Cuando alguien ve normal usar unas palabras cargadas de odio y de mentiras y de exageraciones, las palabras acaban teniendo perversos efectos taumatúrgicos que las convierten en actos muy peligrosos. En los años de la II República había grupúsculos violentos, de derecha y de izquierda, que se dedicaban a esparcir el odio y el terror. La dialéctica de los puños y las pistolas, lo llamaban los falangistas. La insurgencia armada, lo llamaban los anarquistas de la FAI. La Guerra Civil surgió de ahí.

Hace dos años, un adolescente idiota agredió a Mariano Rajoy -por entonces presidente del Gobierno- mientras daba un paseo por una ciudad gallega. Al instante, las redes se llenaron de chistes y de bromas que comentaban encantados la torta que aquel adolescente indignado le había dado a Rajoy, el pérfido responsable del dolor social. Hoy, esos mismos comentaristas chistosos se escandalizan por "la grave agresión fascista" al "compañero Alberto Garzón". Por lo visto, lo que antes les parecía bien ahora ya no se lo parece. Convendría recordar que todas las agresiones son fascistas, y que si alguien acaba disculpando las agresiones contra sus adversarios -ya sean en forma de escraches o amenazas-, estas agresiones tarde o temprano se volverán contra él.

A comienzos de los años 70, en plena efervescencia revolucionaria, el escritor V.S. Naipaul visitó Argentina. En el reportaje que escribió sobre lo que vio allí, Naipaul decía: "No pude asistir a ningún debate verdadero, sólo había pasión y jerga política, una jerga mayormente importada de Europa. La jerga transforma la realidad en abstracción y, donde ella se impone, la gente se queda sin causas y entonces sólo existen enemigos". Me temo que la España actual se va pareciendo cada vez más a la desdichada Argentina de los años 70, un país en el que ya no existen las causas políticas sino tan sólo los enemigos. Mal asunto.

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