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Aprendiendo de la crisis financiera

La trayectoria del fallecido Alan Greenberg, figura de referencia de Bear Stearns, contribuye a explicar por qué se produjo el estallido y cómo influyeron los nuevos y complejos productos

LA muerte hace unos días, a los 86 años, de Alan Ace Greenberg, figura de referencia de la banca de inversión norteamericana Bear Stearns, nos da por una parte la oportunidad de repasar los rasgos de una de las figuras míticas de Wall Street; y por otra, de analizar desde la perspectiva de seis años la caída del primer gran banco emblemático.

Cuando Bear Stearn cae en marzo de 2008, Greenberg era el presidente del consejo, un cargo más bien honorífico, como reconocimiento al artífice de uno de los bancos más rentables e innovadores desde que empezó a dirigirlo en 1978. Es llamativo que en su libro Auge y caída de Bear Stearns repita una y otra vez que desconocía el funcionamiento de los nuevos productos que negociaba el banco. Este ingenuo reconocimiento de ignorancia refleja una de las características de la crisis financiera: más que un plan diabólico para engañar, la complejidad de los productos que se fabricaban sobrepasaba la capacidad de comprensión de la alta dirección de las entidades, e incluso -al intervenir en ellos distintos expertos financieros- de los propios que los elaboraban.

Alan Greenberg publicó también unas Notas del Presidente, con un prólogo de Warren Buffet en el que recogía notas que enviaba a los directivos y empleados, con una filosofía de gestión poco corriente en la banca de aquellos años. Lo más importante era la forma que tenía de crear equipo mediante un estilo directo y lleno de humor; además, los empleados eran los principales accionistas del banco y cobraban sus bonos en acciones, lo que creaba un espíritu solidario en tiempos difíciles. Contrataba gente brillante en momentos de crisis, contribuyendo al prestigio técnico del banco; y en cuanto a la gestión, tenía una obsesión con los costes e iba a ejecutar lo básico, de manera que el banco era muy estable y daba beneficios cada día, frente a operaciones ocasionales y brillantes. Insistía en evitar la complacencia que viene con el éxito, lo que quizás cayó en olvido en los años previos a la crisis. "La complacencia -decía- es particularmente peligrosa en nuestra línea de trabajo. Si siento que la gente de Bear Stearns empiezan a pensar que su olor corporal es perfume y no puedo convencerlos de lo contrario, venderé mis acciones en el banco". Es llamativo que cuando se produce la caída y compra a un precio ridículo por el banco J.P. Morgan, Greenberg hacía tiempo que había vendido buena parte de sus acciones, seguía ocupando un puesto no ejecutivo pero influyente, desconocía el funcionamiento de los nuevos productos y mercados, y echa la culpa de lo ocurrido al principal ejecutivo del banco, Jimmy Caine, que él había contratado y formado.

Cuando Bear Stearns cae tenía una liquidez de casi 11.000 millones de dólares más de la que parecía necesaria, y un capital de 8.000 millones de dólares más del requerido; su calificación crediticia tres meses antes de sus problemas era superior a la de la mayor parte de los bancos actuales. Desde septiembre de 2006 el banco había llevado a cabo una mejora en su financiación y en la valoración de sus activos. Sin embargo, nada de esto fue suficiente para que cuando a finales de 2007 y principios de 2008 empieza a perder valor la vivienda, y con ello las hipotecas (malas y buenas), y luego se contagia a todo tipo de deuda, las acciones, y casi cualquier tipo de activo, se encuentre ante una desconfianza general, sin financiación, sin poder vender activos, ni recurrir al banco central, la Reserva Federal, que en aquellos momentos -luego sí lo haría- no prestaba a los bancos de inversión.

Si comparamos lo que ocurría fuera con España, hay que tener en cuenta que aquí los préstamos de los bancos estaban respaldados por activos inmobiliarios reales, y se confiaba en un ajuste poco a poco de mercado, hasta que la espiral de caída del precio de la vivienda, de la actividad, paro, morosidad, pérdidas de los bancos, ventas forzadas, aunque con diferencias significativas, fue poco a poco erosionando los balances financieros y no financieros, privados y públicos.

Hay tres cuestiones de fondo que explican la crisis financiera. Una, la tecnología informática, de comunicaciones, que hacía de pronto posible negociar instrumentos financieros cuyo precio y riesgo se medían con formulaciones matemáticas que no eran adecuadas para ello. Esto daba una falsa sensación de seguridad de que el mercado de compras y ventas era racional, y que si se producía un ajuste, no sería dramático. Y, por último, la euforia contagiosa de los mercados hizo relajarse la regulación pública, la política monetaria, y afectó al sentido común de expertos y no expertos. Aunque las responsabilidades no son, ni mucho menos, iguales, no es extraña la sorpresa general; como decía un comentarista el día que cayó Bear Stearns: "Es como levantarse un día de verano y encontrar nieve en la calle".

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