La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

¿Aprobado general?

No aprovechemos para asestarle otro golpe a la ya demasiado cuestionada autoridad de los profesores

Es esperanzador que un político con competencias en materia de Educación afirme que no se pueden regalar los aprobados. Así lo ha sentenciado Javier Imbroda, el hombre que no perdona un buen puro tras una cena. No hay cosa más injusta que la igualación por abajo, algo a lo que son tradicionalmente aficionados en algunos partidos políticos. Y es esperanzador porque la clase dirigente es poco dada a los mensajes en negativo. Siempre quieren aplicar una suerte de café con tarta para todos. Nunca le dirán que la tarta es finita. Desconfíen del estúpido mensaje de que de esta crisis saldremos todos. Mentira. Los aprobados no se regalan si se aspira a una mínima excelencia. El confinamiento no puede ser una coartada para saltarse los criterios de evaluación. Pero Imbroda debe dar un paso más y fijar con claridad cómo deben ser evaluados los alumnos de Andalucía en el tercer trimestre. El Ministerio de Educación también podría ofrecer unos criterios orientadores por mucho que las competencias estén transferidas a las autonomías. Los títulos de graduado escolar tienen validez en toda España, por lo que se deben evitar las desigualdades. Ahora es cuando se echa en falta una autoridad única en materia de Educación que impida la jaula de grillos en la que se convierte en demasiadas ocasiones el estado de las autonomías. Al menos el consejero andaluz se ha alejado de las soluciones populistas. El problema se produce en un sistema educativo que conoce demasiadas leyes en un corto período de años y con unos profesores que tienen los pies de barro porque las autoridades académicas los han dejado vendidos ante los todopoderosos padres. Sí, la educación es uno de los perros flacos de esta España que ahora está confinada. Que Imbroda le eche imaginación para idear un criterio de evaluación que mida el esfuerzo, el interés, la actitud y los conocimientos de los alumnos en una situación de excepcionalidad. Generaciones anteriores vivieron guerras y otras catástrofes. Los colegios se cerraron, las oposiciones se paralizaron, no existía la posibilidad de impartir clases por la vía telemática y se sufrieron otros efectos. No aprovechemos ahora para dejar todavía más cuestionada la figura del profesor, que bastantes ataques y humillaciones han sufrido ya, y aprovechemos el momento para enseñar la superación ante la adversidad evaluable con criterios proporcionales. El aprobado general suena a caramelo en la boca de unos padres en exceso deseosos de quitarse de en medio un problema y que después se gastan los ahorros en experiencias académicas de sus vástagos en Irlanda. Qué snob queda eso de proclamar en una cena: "He mandado a mi hija a Irlanda". La bobería no conoce de confinamientos.

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