La ciudad y los días

carlos / colón

Arco y ojiva

EL Señor del Silencio en el Desprecio de Herodes en besamanos y la Virgen de la Esperanza sin candelería. ¡Cuánta razón tenía Rafael Montesinos! Donde nací una vez… La cofradía de la parroquia en la que me bauticé y ante cuyas imágenes me presentaron; y la primera que vi, cuando pasaba bajo el cierro de la casa de mis abuelos. La Amargura a la que me presentaron una tarde de septiembre todavía no había sido coronada y la Centuria que vi pasar una mañana de abril aún llevaba ropa de costilla y la mandaba por primera vez Antonio Ángel Franco. Soy de la Amargura y de la Macarena porque soy de la Encarnación.

Se durmieron los recuerdos que sustentaban estas dos devociones, que junto a Jesús Nazareno y el Calvario me han acompañado toda mi vida, como si fueran la estructura de los pasos que ocultas bajo terciopelos y platas. El tiempo, gran escultor, tituló Marguerite Yourcenar uno de sus más hermosos libros. Podría decirse en sevillano: el tiempo, gran bordador… Que con sus pesados terciopelos y sus oros apagados oculta el sencillo armazón que desde el principio de nuestras vidas sustenta la devoción a una imagen.

Los zancos y la mesa del paso que sostiene mis devociones son Regina, San Juan de la Palma, el rumor de la bulla y el eco de los tambores de la Centuria despertándome, la foto de la Macarena en la mesita de noche de mi madre y mi padre vestido de ruán, unas veces calzando zapato y otras, alpargata. Hoy ese desnudarse de las emociones, ese despertar de los recuerdos, ese arrimarnos a las tablas donde nacimos una vez porque, nos quede por vivir lo que nos quede, el tiempo ya no disimula el estoque que ocultaba bajo el engaño de la muleta, tiene la representación más poderosa que yo conozca: la Esperanza Macarena sobre su paso desnudo de candelabros, jarras y candelería. Esa dura mesa metálica sobre la que se alza la peana. Esa Virgen tan frágil, tan poderosa. Es la Macarena vista desde el origen de nuestra devoción, sustentada sólo por nuestros recuerdos más antiguos, esos que creíamos olvidados y van volviendo conforme pasan los años.

Calle Feria abajo, en San Juan de la Palma, el paso ateo con el intolerable vacío de Dios -la vida, sin Dios, es como este paso hoy: sólo ambición, desprecio, odio, miedo, lanzas y espadas-; la Amargura más antigua, la de antes de 1954; y mi abatido Señor del Desprecio en besamanos. Una vida entera de una punta a otra de la calle Feria.

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