CUANDO muere alguien de la talla de Fernando Argenta me acuerdo mucho de una de las frases preferidas de Punset: lo importante es saber que hay vida antes de la muerte. Argenta vivió, vivió muchísimo, hasta el punto de que parece mentira de habiéndose ido tan joven le haya dado tiempo de hacer tantísimo. Vivió, y contagió la vida. Con una de las herramientas más poderosas con las que puede contar el ser humano, la música.

Le conocí gracias al programa Clásicos populares, y con ocasión de algunos de sus programas especiales realizados en la UIMP de Santander. Y fue precisamente en el Palacio de la Magdalena, este verano, donde tuvo lugar nuestro último encuentro, con ocasión del curso que Jesús Ruiz Mantilla dirigió sobre la figura de su padre, Ataúlfo Argenta, del que se conmemora el centenario del nacimiento.

Fernando no quiso perderse esta cita. A pesar de la enfermedad. Pero volviendo a Punset, he aquí un claro exponente de que antes de la muerte existe la vida. No tocaba otra. La participación de Fernando Argenta en la sala Santo Mauro de la Magdalena no sólo le dio vida a él. Nos la dio, y de qué manera, a todos cuantos estuvimos allí presentes. Su encuentro con Teresa Berganza propició uno de esos ratos por los que merece la pena vivir. Cuanto más nos reíamos, cuanto más celebrábamos la vida, ahí estaba, siempre al fondo, acechando, la presencia de la enfermedad. Fernando la encaró, y sólo por mantener ese pulso de fuerzas ya podemos decir que la venció. Pese a su larga carrera como comunicador, desde su retirada de Clásicos populares nos preguntamos por qué se nos fue tan pronto.

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