LA semana que hemos vivido, pasará a la historia como la más devastadora para los mercados de capitales desde que se produjo el Crac del año 1929. Las bolsas mundiales, desde Tokio a Londres y Nueva York, han sufrido pérdidas asoladoras. El Íbex ha volatilizado en una sola semana el 20% de su valor.

Estamos llegando a un punto crítico. Durante meses, en la economía norteamericana y en la española, la crisis crediticia se había limitado al sector de la vivienda. Pero ahora, con el mercado interbancario prácticamente paralizado, las restricciones crediticias se están extendiendo rápidamente a todos los sectores y a las familias. Incluso algunos ayuntamientos están encontrando dificultades.

La situación que vivimos se ha venido gestando durante años y culminado en un agujero financiero de tal tamaño, que ha erosionado completamente la confianza en los bancos y en los mercados financieros.

Pero la catástrofe bíblica que se cierne sobre nosotros, es posible evitarla. En primer lugar, los gobiernos tienen que reconocer que la crisis es mundial y que las recetas domésticas pueden paliar -pero no curar- las causas últimas y fundamentales que la han provocado. Parece que, por fin, esto se ha reconocido. Después de una exasperante lentitud, medidas tibias y confusa comunicación al público y a los mercados, los principales líderes mundiales y los bancos centrales están preparados para adoptar medidas conjuntas.

En segundo lugar, si un gran banco internacional tiene dificultades, los gobiernos tienen que acudir en su ayuda inmediatamente. Es la única forma de transmitir que se actúa con toda determinación. Y sin que un banco esté en dificultades, las medidas adoptadas por los gobiernos en EEUU, Reino Unido y España -aún con diferencias- de comprar activos a los bancos son acertadas. Debería darse un paso más: recapitalizar los bancos. Pero para que entre capital privado, la situación tiene primero que estabilizarse.

Tercero, es urgente restablecer el funcionamiento del mercado interbancario. No puede ser que los bancos pidan prestado al banco central y guarden el dinero hasta ver qué pasa. Y puede arbitrarse un mecanismo muy simple: en lugar de prestarse entre sí, los bancos excedentes de tesorería les prestarían el dinero al banco central y éste a los bancos que lo necesitaran. De esta forma, el banco central garantizaría completamente la devolución. Una vez en funcionamiento, los bancos podrían prestar a empresas y familias. Algunos bancos centrales ya lo han adoptado; es necesario que lo hagan todos.

Cuarto, las empresas, especialmente las pequeñas, están sufriendo una alarmante sequía de créditos. Carezco de datos recientes para el mercado español, pero en el británico, las pymes están sufriendo una agobiante escasez para financiar el capital circulante, por no hablar de nuevos proyectos de inversión. En EEUU., la Reserva Federal ha decidido comprar pagarés de empresas para inyectar liquidez directamente a aquéllas. Si los 50.000 millones de euros anunciados por el Gobierno no llegan a pymes y familias, habría que instrumentar un mecanismo similar.

Paralelamente a estas medidas, deben empezar a establecerse unas nuevas bases para el sistema financiero internacional. Esas bases necesitan de un mejor entendimiento de los riesgos financieros que derivan de los modernos instrumentos, de manera que no vuelvan a operar unos incentivos perversos por parte de los agentes, que les ha llevado a anteponer el riesgo, por alto que fuera, sobre la prudencia.

Con estas medidas y otras adicionales, la crisis se superará. Pero tenemos que advertir que la crisis financiera está desplazando a un segundo plano a otras que siguen ahí: la inmobiliaria, la de materias primas, la del endeudamiento de las familias, la del petróleo. Como la situación es crítica, es el momento de la responsabilidad por parte de los agentes: gobiernos, medios de comunicación, partidos políticos, sindicatos. No es el momento de señalar con el dedo acusador de quién es la culpa, porque puede reconfortarnos el que nos den la razón, pero, mientras tanto, los muros se desmoronan y hacemos el ridículo y mucho daño. Hay que actuar. Tenemos que ofrecer al público un mensaje compartido de tranquilidad para el presente y de optimismo para el futuro.

Este es un momento histórico en el que se redefine el papel de los gobiernos. Revisar la ideología es un ejercicio duro. Personalmente, cuando los hechos cambian tan profundamente, cambio de ideas ¿Usted que haría?

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