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¿Atarazanas medievales?

El autor es crítico con el análisis que tiende a reducir el edificio a su etapa como astillero, una teoría que sólo concibe como rehabilitación aquella que recupere su cota original

Una de las tendencias interpretativas más acusadas en el affaire Reales Atarazanas-Adepas -incluyendo en el plural a los conspiradores perennes de la fundación- ha sido la insistencia en la reducción de las Atarazanas a la etapa de los astilleros medievales como valor supremo y afirmar sin ambages que no existiría rehabilitación o restauración sin la recuperación completa de ese nivel. En esa definición, claramente sesgada e incorrecta, se usa como emblema absoluto el término "original", tan nefasto para la historia de la restauración de los monumentos españoles. Ya saben: original igual a bueno, frente a añadido igual a accidente de la historia y por tanto prescindible. Otro elemento poderoso que ha incidido en esa identificación reduccionista ha sido la comprobación arqueológica de su envergadura fundacional que nos enfrenta a tener en cuenta esa realidad majestuosa para su valorización patrimonial.

En este debate confluyen cuestiones de interpretación conceptual, histórica y de la edificación heredada, con otras cuestiones técnicas y de gestión que no trataremos. En relación al primer punto, las reflexiones vertidas por Guillermo Vázquez Consuegra al diario El Mundo (30/01/2016) constituyen a mi modo de ver una lección de inteligencia patrimonial y de conocimiento del alma de la arquitectura y urbanismo de Sevilla, y no es baladí que lo haga el propio arquitecto que se ha enfrentado de manera más conclusiva a su rehabilitación. Los discursos conceptuales del predicador de la fundación en la mesa redonda de la Academia de Buenas Letras, invocando dramáticamente los valores de la memoria para defender de forma excluyente la recuperación de la totalidad del nivel medieval original, sirven para cualquier opción arquitectónica porque esos valores también son predicables en la situación actual. Ante la llamada de atención por mi parte de que no me parecía correcto situar al mismo nivel de problemática de gestión y valor patrimonial al Alcázar y a las Atarazanas, este señor respondió que "algunos", entre los que me incluiría, se fascinan con los monumentos áulicos, mientras él reclamaba el alto valor de los monumentos que rememoran los espacios del trabajo, a la señora que amamantara a su hijo y al barrio obrero: conmovedor, cuando en otros foros ha defendido la memoria de las proezas de la Marina de Castilla.

A esa jugada de intentar tachar a la percepción de los monumentos como de derechas o de izquierdas y de reivindicar una opción brechtiana -ya saben, ¿quién hizo las pirámides?- yo le respondería que las Atarazanas también son un monumento a la guerra y al belicismo, aparte de cárcel sórdida, y ¿dónde nos queda la memoria de los galeotes? ¿Que nadie ha abanderado, carne forzada de la Corona para conseguir nutrir la maquinaria motriz de las galeras? ¡Qué horror! Un mundo de opresión, políticamente más que incorrecto que sería suficiente como para derribarlas, cual Bastilla hispalense que añadir al castillo de la Inquisición. Por no hablar de la deforestación que implicaban los astilleros. El discurso medievalista se opone al discurso moderno de espacio de comercio y positivo que se encuentra en el nivel de la ciudad, a la cota 7. En cualquier caso, se sabe que ha ocurrido todo eso y mucho más en el arsenal medieval (250 años), en las pescaderías, los almacenes modernos, la Maestranza de Artillería y en la Caja de Reclutas (500 años) con todas las transformaciones que ello ha conllevado para llegar a nosotros como un edificio rico y complejo en continente y en contenido. Insisto, el monumento puede asumir todas las narrativas históricas que atesora, de diferente pelaje, mayores y menores, sin que para ello sean imprescindibles ni excluyentes distintas opciones de tratamiento espacial ni de gestión en un centro cultural, que también pueda proponer otras ofertas.

La Cartuja se impone como referente para tantas cosas, y también para ésta. Rehabilitadas por obra y gracia de la Expo 92 -ya saben, sin dinero no hay Rock&Roll- proporcionó una gran área expositiva asociada al núcleo monumental del monasterio. Fue notorio el aprovechamiento de aquel evento para dotar a la ciudad de una inestimable infraestructura cultural y estuvimos discutiendo un tiempo para el día después. ¿Cuál habría de ser el programa de contenidos de la Cartuja? Aquellos momentos optimistas, tanto en lo económico como en las expectativas culturales de la ciudad, nos llevaban a diferentes posibilidades pero siempre desde los propios contenidos de la nutrida historia de la ermita-monasterio-cuartel francés-fábrica, incluso asociando la colección decimonónica del Bellas Artes al contexto industrial burgués de la fábrica de lozas y con ello resolver la ampliación del Museo. 

La crisis económica del 92 puso sobre la mesa una realidad: unas Atarazanas, adquiridas para Centro de Arte Contemporáneo, con una colección pero sin dinero para su rehabilitación, y una Cartuja, con sus salas de exposición sin contenido desarrollado ni dinero. El resultado fue el abandono de las Atarazanas y la instauración del CAAC en la Cartuja, con contenidos ajenos por completo a su historia. Paradójico destino. ¿Bueno? ¿Malo? Pues como en todo proyecto, con luces y sombras y en todo caso, mejorable. Se ha negado la historia del edificio que ha devenido tan sólo en un hermosísimo y palpitante marco escenográfico para contemplar obras de rabiosa modernidad. Nada se ha propiciado durante 25 años para valorizar todos los aspectos históricos del lugar a la par que disfrutar del nuevo uso. Incluso una conservadora del CAAC -parece mentira pero así fue- me comentaba sorprendida hace años: "Fíjate, cada vez hay más gente que nos pregunta por la Cartuja, por su propia historia, y no tenemos nada…" La exposición conmemorativa de esos 25 años, donde se contrastan los variados mundos que han habitado entre esas paredes, puede ser el comienzo de otra orientación museológica. Pero se aprovechó una oportunidad histórica para su rehabilitación, imposible sin aquella coyuntura, y la imbricación de los contenidos intrínsecos intangibles con los referentes tangibles, materiales, de todo monumento, siempre es abordable, y ahí es donde hemos de apretar. 

Las Atarazanas tienen capacidad para ofrecer segmentos rotundos de toda su historia desde una visión poliédrica, patrimonial, y posibilidades para otras aventuras. A diferencia de nosotros, pobres mortales, cuenta con el tiempo como aliado, tanto el pasado, que ha dejado notorio rastro, como el futuro, con el que debemos contar nosotros así como nuestros descendientes para ir completando su valorización, y las actuaciones polemizadas de este proyecto son reversibles, es demostrable.

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