como en botica

josé / rodríguez De La Borbolla

Las Atarazanas y el perro del hortelano

SEVILLA ha sido, de siempre, la gran predecesora de la redes sociales y de la sociedad de la información. La gente, en general, está sorprendida de que, ahora y gracias a internet y las llamadas redes sociales, se pueda convocar una manifestación prorrepublicana de la mañana a la tarde; o de que surjan partidos políticos como por ensalmo, en cuestión de semanas; o de que, ante cualquier noticia o frente a una iniciativa cualquiera, surjan, inmediata y públicamente, multitudes de cuestionadores, detractores o adversarios, sea cual sea la cualificación, conocimiento o identidad -muchas veces anónima o intencionadamente oculta- de los mismos. Eso sucede porque la mayoría de los humanos no conocen Sevilla ni han vivido aquí.

Aquí, en Sevilla, las cosas han sido así de toda la vida: al momento siguiente de que alguien tenga alguna iniciativa innovadora o de impacto en la ciudad, surgen innúmeros críticos, muchos de ellos cargados de santa ira y envueltos en ropajes de defensores de las esencias o de detentadores de cualquier verdad revelada desde las alturas o transmitida por los ancestros, que descalifican la iniciativa, destrozan el prestigio del autor o autores de la misma, siembran especies o rumores sobre la calidad o preparación de los colaboradores en la puesta en marcha de lo nuevo, y predican su exclusividad en los saberes precisos para hacer algo bueno por la ciudad. Ante algo nuevo y posiblemente brillante, y muchas veces porque no se les ha ocurrido a ellos o porque no son ellos los encargados de ponerlo en marcha, siempre surgen en Sevilla, y encuentran eco, propagadores de desgracias o certificadores de atentados contra la identidad de nuestra ciudad. De hecho, y por ello, hay bases científicas para pensar que fue aquí, en Sevilla, donde a alguien se le ocurrió aquello de "es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer".

Los perros del hortelano de Sevilla han vuelto a surgir, ahora con motivo de la noticia de que La Caixa y la Fundación Cajasol han presentado a la Junta de Andalucía la solicitud para reiniciar el proceso de recuperación de Las Atarazanas, para uso y disfrute de la ciudad y de sus visitantes. Inmediatamente, han llovido las descalificaciones para La Caixa y Cajasol; se ha puesto en cuestión la capacidad del arquitecto; y se han predicho las carencias de contenido de las actividades a desarrollar allí en el futuro. ¿Restaurar y rehabilitar Las Atarazanas? ¡La hostia! ¡No saben los sevillanos la que les va a caer encima como se restauren y se reutilicen Las Atarazanas! ¡Pobres de nosotros, incautos e inocentes víctimas de depredadores de lo nuestro!

Ante esas amenazas, y teniendo en cuenta que las Reales Atarazanas de Sevilla son un monumento único en España, por su antigüedad, sus dimensiones y su implantación en la ciudad, expongo modestamente mis criterios personales:

Primero.- Es mejor que las Atarazanas se rehabiliten y tengan uso público a que sigan como están.

Segundo.- Teniendo en cuenta que no hay dinero público para acometer el proyecto, es bueno que haya dinero privado, y más si ese dinero se invierte para desarrollar unos contenidos de utilidad social.

Tercero.- La Caixa y la Fundación Cajasol son entidades con solvencia contrastada en el desarrollo de proyectos culturales.

Cuarto.- Guillermo Vázquez Consuegra es un profesional de la Arquitectura, y especialmente en contenedores culturales, de una talla fuera de lo común, aunque haya sido muy reconocido fuera de Sevilla.

En resumen: creo que hay que tener esperanzas, y saludar el futuro -todavía posible- de Las Atarazanas.

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