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En tránsito

eduardo / jordá

Aterriza como puedas

EN cierta forma, si pensamos un poco en la situación política y económica que vivimos, somos los pasajeros de un avión en muy mal estado y al que no le queda apenas combustible. El tren de aterrizaje funciona mal, el piloto sufre un extraño ataque de catalepsia, el copiloto se ha encerrado en el cuarto de baño después de sufrir un ataque de vértigo, y el personal de cabina está empezando a dar signos de sufrir un ataque de pánico. Desde la torre de control nos reclaman un dinero que no tenemos para dejarnos aterrizar en la pista, y encima sabemos que los dueños de la compañía aérea se han puesto las botas vendiéndonos pasajes en este avión que apenas podía volar. Y nos guste o no, nosotros somos los pasajeros de ese avión, y todos nos preguntamos angustiados dónde vamos a aterrizar, si es que algún día lo conseguimos.

Pero lo bueno del caso es que algunos pasajeros, en vez de pensar en cómo podemos reunir el dinero o en cómo conseguir que el piloto se haga con el mando del avión, han empezado a gritar exigiendo su derecho a decidir en qué clase de avión queremos volar. "Este avión es un desastre", gritan unos, y otros gritan que nadie les ha consultado si querían volar en este avión en concreto, así que todos exigen una votación urgente entre el pasaje. El problema es que el avión está en el aire y nadie puede cambiar de avión en pleno vuelo, a menos que nos instalemos en el mundo ilusorio de la magia o de la realidad virtual. Pero así es nuestra realidad actual: cuando estamos volando en una situación de emergencia, en vez de centrarnos en cómo aterrizar, nos ponemos a discutir a gritos sobre las características del avión en el que volamos.

No digo que no haya motivos para cambiar de avión, porque quizá los haya, pero lo que no entiendo es que lo intentemos hacer en el momento más peligroso del vuelo y cuando no hay ninguna garantía de que podamos llegar sanos y salvos a nuestro destino. Es cierto que estamos enfadados con los pilotos y con los controladores -y no digamos ya con la compañía aérea-, pero el problema más importante ahora no es discutir sobre la marca ni las prestaciones del avión, sino sobre la fórmula más segura para llegar vivos a casa. Cuando aún no hemos tocado tierra y apenas nos queda combustible en el depósito, discutir a lo loco sobre el avión en el que queremos volar es algo tan peligroso como hacer salto base en un desfiladero del Himalaya. Puede que sea muy emocionante, sin duda, pero lo más probable es que nos peguemos un tremendo castañazo.

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