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José Rodríguez / de La Borbolla

Azaña, Wert y el caballo de Atila

LAS últimas cosas del ministro Wert me han cogido releyendo escritos de Azaña y sobre Azaña. Es por eso por lo que esta colaboración me sale así, no más.

En mi opinión, desde don Manuel Azaña para acá, Juan Ignacio Wert es uno de los más preclaros ejemplos de político iluminado que haya llegado nunca al Gobierno de España. Es cierto que entre Azaña y Wert ha habido algunos otros -que no nombraré- a los que podría calificarse como "pavos reales", "caprichosos malcriados" y "decidores de últimas palabras", pero ninguno como Wert y ninguno de cuyas acciones se vayan a derivar consecuencias tan nefastas para la sociedad española como de las acciones de Wert. La comparación con Azaña puede parecer odiosa, sobre todo para muchos y variados "azañistas vocacionales", entre los que se ha contado históricamente José María Aznar. Soy consciente de ello, pero creo que la comparación tiene su base.

Don Manuel Azaña tenía unas cuantas ideas y principios -que no voy a enumerar- compartibles, seguro, por mucha gente. Pero Azaña tenía también una serie de defectos graves que hacen mucho daño en política, sobre todo, cuando quien los tiene ocupa un puesto importante. Defectos que provocan problemas a los demás, y no sólo a uno mismo.

En primer lugar, Azaña no tenía humildad ninguna. Estaba encantado de haberse conocido, por lo listo que era, por lo mucho que sabía y por lo mucho que sólamente él sabía. Sus memorias y diarios están llenas de ejemplos de endiosamiento propio y de desprecio hacia los demás. Él mismo lo reconoció en algún momento: "Estoy demasiado hecho a encontrar en mi interior los motivos de elevación y de placer; me he educado en 25 años de apartamiento voluntario, en la contemplación y el desdén. Y no tengo remedio". (Memorias políticas y de guerra, 3 de julio de 1932). ¡¡Ea!!

En segundo lugar, Azaña estaba convencido de que él, y sólo él, tenía una gran misión que cumplir. Él sabía la verdad, él tenía el conocimiento, y eran los demás los que no entendían nada: "Todas las oposiciones se alzaron contra mí, sin querer enterarse de que yo estaba defendiendo la institución misma a la que pertenecen" (Memorias políticas y de guerra, 28 de mayo de 1933). ¡¡Pobrecito!! Él quería arreglarlo todo, pero los demás no lo atendían.

Finalmente, last but not least, y como dice Santos Juliá, la mayor singularidad de Azaña fue que "comenzó a gobernar limpio de cualquier compromiso, sin negociar ninguna de las ideas que de la historia de España se había formado en los años" de su desdeñoso apartamiento. ¡Ahí está! Un político que quería reformar un país, pero sin contar con el país. Así salieron muchas cosas, y así nos fue a todos.

Así están saliendo ahora las cosas de Wert, y así nos irá. Pura iluminación, puro prometeismo y sectarismo puro. Sin tener en cuenta los intereses del país, a corto, medio y largo plazo, y sin pensar en la gente.

Pero como dijo el otro: incluso después de que hubiera pasado el caballo de Atila volvió a crecer la hierba. Con tiempo y con dedicación, pero volverá a crecer la hierba.

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