TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

Ojo de pez

pablo / bujalance

Ser de aquí

HACE unos días, mi mujer, que es profesora en un instituto, estaba en clase con alumnos de Bachillerato, conversando con ellos sobre la Constitución y la organización territorial del Estado. Se dio cuenta de que uno de ellos, un chico de 16 años, buen estudiante, no estaba prestando mucha atención y le preguntó si acaso no le interesaba aquel asunto, a lo que el joven respondió: "Es que yo no soy español". Mi mujer recordó la ficha con los datos de aquel alumno y, según los mismos, este alumno había nacido en Málaga; sin embargo, él replicó: "Yo nací en Málaga, pero mis padres y mi familia son de Marruecos. Y yo siempre me he considerado marroquí. Lo he sentido así desde pequeño". Hablamos, insisto, de un alumno aplicado, abierto y tolerante, con un futuro prometedor y, como nacido en España, perfectamente integrado en su ambiente. Es decir, nada parecido a esos jóvenes nacidos en Europa y de origen árabe pero que al parecer viven exentos de todo lo que huela a europeo. Lo suyo no era una posición intransigente, ni siquiera una reticencia, sino un sentimiento natural. Después hubo en clase un debate sobre la situación de aquel joven y los trasuntos de la identidad, pero, comentando mi mujer y yo después la cuestión, llegamos a la conclusión de que algo fallaba. Y ese algo debía ser la escuela.

En cierta ocasión tuve oportunidad de entrevistar a Joseph Pérez, hispanista nacido en Francia de padres españoles en 1931. Durante nuestra conversación evocó así su infancia: "En aquellos años entrábamos a las escuelas francesas españoles, italianos, norteafricanos y niños de muchos otros sitios. Pero todos los que salíamos éramos franceses". No es cuestión de echar la culpa a la escuela de las carencias de la vida social española, lo que, a pesar de constituir un deporte nacional, no resultaría apropiado ni justo; ni, en realidad, de reivindicar una identidad homogénea para todos los usuarios de la instrucción pública, porque al fin y al cabo cada cual tiene derecho a sentirse de donde le dé la gana. No, la cuestión es otra: quien no se sienta de aquí, parte de esto, difícilmente va a invertir aquí su talento; el tradicional chauvinismo español tiende a considerar basura todo lo que rechaza su particular etiqueta, especialmente si de marroquíes se trata. Pero a saber cuántos aliados de gran valor hemos perdido por no convencerles de que eran de los nuestros.

Es ahí, en la escuela, donde la identidad se percibe aún como una cuestión burocrática y legal, no histórica ni cultural. Al cabo, es lo que corresponde a un sistema educativo invadido de tecnócratas. Y lo que queda.

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