Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Los nuestros

Las formaciones extremas como Vox y Bildu condenan toda forma de violencia para no condenar ninguna

Cuando Vox alcanzó por primera vez la suficiente representación parlamentaria que garantizaba la extensión de su portavocía y de su influencia en la vida política española, sus responsables señalaron que con ellos sería una muestra bien nutrida de la sociedad civil la que encontraría un cauce efectivo para hacerse oír en la toma de decisiones que afectan a todos; una muestra que, consideraban, se encontraba huérfana de referentes e intercesores al compartir una ideología, en el margen más extremo de la derecha, que hasta entonces había quedado fuera de las posibilidades de acción en el juego democrático. Estaban aquí, decían, para representar a los nuestros. Y no hay nada que objetar, claro. Ocurre, sin embargo, que a veces el mismo juego democrático exige la unidad de todos; no la representación del fragmento, no la promoción de la clientela, sino la alianza con los adversarios, dejando a un lado incluso determinadas consignas, cuando la gravedad de determinadas cuestiones así lo demanda. Por esto, la decisión de Vox de comparecer en una manifestación de repulsa por un crimen machista cometido delante de dos niños de manera separada, con una pancarta propia que rezaba La violencia no tiene género, es un insulto a la sociedad española que merecería, cuanto menos, la asunción de responsabilidades.

Es muy fácil: se trata de tener compasión o de no tenerla. De expresar una condolencia o de no hacerlo. Los de Vox pudieron haberse quedado en casa, pero su estrategia fue todavía más sádica. ¿Qué aporta la pancarta de marras al dolor? ¿Tan importante es el lema como que para que dos niños que han sido testigos del asesinato de su madre no merezcan la unidad de todos? ¿De verdad es eso lo que tienen que decir, ésa es su manera de consolar, de expresar la rabia? Es curioso que, hablando de extremos, tengamos a tantos blanqueadores insistiendo en que igualar a Vox con la izquierda abertzale es un error de libro cuando la formación de Santiago Abascal pone todo su empeño en parecerse cada vez más a Bildu. Van siempre con su sermón, y de lo mío qué, oiga, es que han matado a una mujer y el cuerpo está todavía caliente, ya, pero y de lo mío qué. Y con iguales escrúpulos: es significativo cómo las formaciones extremas se empeñan en condenar la violencia de forma amplia, en todas sus formas, de todas las partes, precisamente porque condenar toda violencia es no condenar ninguna y así evitamos llamar a los criminales por su nombre.

Por si no había suficientes cobardes, aquí está Vox. No será lo mismo que Bildu, pero los verdugos están igual de contentos.

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