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Cambio de sentido

Yo es otro

La sociedad se mira en el espejo de los políticos y el reflejo le devuelve confrontación y cainismo

Todo esto podría ser muy otra cosa. Podríamos haber escogido, por ejemplo, confiar en los vecinos, no ser sus carceleros, no invadirlos a distancia con nuestro selecto gusto musical ni con arengas precocinadas, respetar. Podríamos no consentir ser atrapados en las redes tejidas con hilos de odio. Podríamos haber ignorado los alaridos espiritosos del tal Spiriman, histrión de cabecera, o de cualquier otro showman afanado en crear adictos y desafectos, no como elemento cuestionador, sino como parte narcisista del espectáculo crispante. Podríamos haber apartado el corazón de las pantallas, quedar con una misma, no reenviar el veneno que elaboran y dosifican los de menos escrúpulos para luchar por el poder -nacional, autonómico, futuro…-, y para ello utilizan a vivos y a muertos. Podríamos haber optado por disentir de una opinión sin faltar el respeto a quien la expresa. El problema (y la solución) es que yo es otro. Hoy arrimo el misterio de estas palabras mágicas de Rimbaud a este sentido: yo soy de los otros para los otros. Esta afirmación puede llegar a ser un puente o una trinchera en la que parapetarnos para disparar. Si al elegir nos elegimos, hemos elegido malamente: contra los otros, quienesquiera que sean. O lo que es lo mismo, en nuestra propia contra.

Estoy segura de que la actual polarización (simplista, esquizoide, exaltada) de la sociedad española en su toma de postura en esta crisis no se daría -no a tal volumen- si las fuerzas políticas no estuvieran dando el triste y calculado espectáculo al que asistimos con vergüenza. Ni siquiera en una tragedia de esta magnitud son capaces de unir sus fuerzas. Si en la arena política viéramos a un Gobierno de España abierto de veras a la colaboración; a los gobiernos autonómicos no pensando más en las elecciones que vienen o en llegar antes a no sé sabe bien dónde, que en la vida y la forma de vida de la gente; a un líder de la oposición que desdeñara el rollo muflón de la derechísima y se remangara para algo más que para la famosa foto, que criticara calmo y aportara ideas, medidas y además cómo sufragarlas; si todo ello, otro gallo cantaría a pie de calle. Qué triste ejemplo. La sociedad se mira en el espejo de su clase política y el reflejo le devuelve falta de diálogo, confrontación, estridencia, cainismo, escenificación, partidismo, inconsciencia, insensibilidad, ambición. Y un mandamiento: odia al próximo como a ti mismo. Entonces, gritamos: "¡El infierno son los otros!". Olvidamos que los otros somos también nosotros mismos.

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