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La tribuna

Luis Gómez Jacinto

Nosotros y ellos

HACE unos días, desde las páginas de este mismo diario, se informaba sobre los resultados de un estudio poblacional de la Península Ibérica. Gracias a la genética se ha establecido el linaje de los españoles. El porcentaje mayor de nuestros ancestros está compuesto por íberos. Norteafricanos y judíos se reparten el resto de nuestro acervo genético. Nada sorprendente para los historiadores y los antropólogos, buenos estudiosos de las raíces hispánicas. Como no podía ser de otro modo, el mapa genético levanta la cartografía de nuestra azarosa historia.

Sin embargo, sorprende la distribución geográfica de algunos datos: el componente norteafricano es más alto en Castilla que en Andalucía, y el sefardí es realmente alto en un país que expulsó a los judíos en 1492. Es curioso que en el País Vasco y en Cataluña el componente íbero represente casi el cien por cien de su patrimonio genético, o que el judío sea el de mayor presencia en Asturias. En definitiva, un mapa genético español algo alejado del mapa político actual.

Querríamos que el conocimiento de lo que tenemos en común con los que consideramos diferentes y, a veces, extranjeros, fuera suficiente para borrar las líneas que se trazan dentro y fuera de la piel de toro. Inútil empeño; ni el anterior conocimiento antropológico e histórico, ni el actual genético suprimen las fronteras que los seres humanos trazan en sus mentes. Al fin y al cabo, también sabemos por la ciencia que todos tenemos el mismo origen en un homínido de la sabana africana, o en un mamífero asustadizo de la era de los dinosaurios, o en la primera célula eucariota, y sin embargo, qué incapacidad para asumir que todos estamos hechos de la misma arcilla. A la más mínima las tenues líneas de los mapas se erizan de alambradas y de fosos, y un abismo nos separa: nosotros y ellos.

Esta capacidad humana para la hipersimplificación de la complejidad social y su reducción a categorías nítidas y manejables fue analizada por el psicólogo de origen judío Henry Tajfel, superviviente del holocausto. En diversos experimentos dividió a las personas participantes en dos grupos. Aunque la asignación a los grupos era totalmente aleatoria, se les hacía creer que había un criterio para dicha partición, siempre baladí. Unas veces se les decía que formaban dos grupos según su preferencia por los pintores Klee o Kandinsky. En otras se omitía la preferencia estética y el experimentador decidía lanzando una moneda al aire las personas que iban al grupo A y las que iban al grupo B. Pues bien, bastaba el simple hecho de ctegorizar a los individuos en dos grupos diferentes para que se disparasen todos los mecanismos de la hostilidad intergrupal.

Quienes pertenecían al grupo de Klee manifestaban tener una imagen muy negativa de los que eran miembros del grupo Kandinsky, y viceversa. En cambio valoraban positivamente a los de su propio grupo. Lo mismo sucedía con quienes habían sido adscritos al grupo A o al B con el arbitrario procedimiento de lanzar una moneda al aire. El favoritismo hacia los miembros del propio grupo y la aversión hacia los del otro grupo se traducían en actitudes prejuiciosas y conductas discriminatorias hacia las personas por el simple hecho de tener o no la misma pertenencia grupal. Incluso las personas preferían que su grupo recibiese pocas gratificaciones por diversas tareas, siempre y cuando que los del otro grupo recibieran aún menos.

Una suerte de etnocentrismo circunstancial se instauraba en estas personas por la simple razón de haber sido divididos en dos grupos sociales: nosotros y ellos. Si esto es posible en un contexto tan débil como el de un laboratorio de psicología, no es sorprendente que los seres humanos se dejen arrastrar por contextos más fuertes, como el de la pertenencia a una nación, a un pueblo, a un partido político o, incluso, a un equipo de fútbol. Cuando una de esas categorías se activa y se superpone a todas las demás, la complejidad de las relaciones sociales queda reducida a una simple transacción entre nuestra y su nación, nuestro y su pueblo, nuestro y su partido. Tras las líneas mentales que trazamos están ellos, los otros, los enemigos quizás… Poco importa si sus antepasados, como los nuestros, fueron íberos, celtas, godos, árabes, judíos o el homo antecessor de Atapuerca.

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