EXACTAMENTE eso. 420 euros, o 70.000 de las antiguas pesetas, será lo que perciban mensualmente aquellos parados que hayan agotado las prestaciones por desempleo desde primeros de este año. Bueno, primero se anunció que solamente tendrían derecho los que hubiesen agotado el paro a partir del 1 de agosto, después se extendió, me parece recordar, hasta el 1 de junio y, por fin, ha quedado el 1 de enero. Y esto, se mire como se mire, es un alivio importante para quienes se han quedado sin ningún tipo de ingresos. Lo que pasa es que, ya puestos, peor lo estarán pasando los que vieron cerrado el grifo en el mes de octubre del año pasado, o en julio, o en marzo. Que también los hay, y muchos.

Pero menos da una piedra -a no ser que sea preciosa- y Zapatero no es una piedra -ni de las preciosas - y se le conmovió el corazón cuando se enteró de que, muchos de los que habían acudido, en pleno mes de agosto, a solicitar estas ayudas se iban con la cabeza gacha y el bolsillo vacío, porque no se les había dicho que, por cuestión de meses, no tenían derecho. Así que, según se ha contado luego, fue decisión personal del propio presidente este cambio, dando por nulo lo que habían dicho algunos de sus ministros, señalando él solito -como el Rick de Casablanca, cuando le da orden al croupier sobre qué número tiene que ser agraciado con la bolita de la ruleta- la fecha, a partir de la cual, tendrían los parados derecho a las ayudas.

O sea, que aquí no ha habido improvisación, sino buen corazón. Buen corazón y agradecimiento, que es parecido, pero no igual. Agradecimiento, por ejemplo, hacia los sindicatos, a los que se les ha dejado apuntarse el tanto de haber hecho cambiar el criterio del Gobierno. También se les ha dado un balón de oxígeno para seguir aguantando en su postura de reconocida prudencia ante la crisis. Y por supuesto, también a Izquierda Unida, que mientras trabaja serenamente para el advenimiento de la III República, según contaron al Rey, ha podido sacar pecho, al mismo tiempo que van sentando las bases para explicar su apoyo parlamentario a los próximos presupuestos.

Total, que aquí se mezcla todo. Tan es así que si no fuera porque uno es reacio a creer en las conjuras - y eso que haberlas, haylas-, estaría por imaginar que todo esto es fruto de una secreta reunión, celebrada en una tórrida noche de agosto, amenizada con música suave, y regada con unos mojitos. En una cita como ésa sería muy creíble el que se hubiese fraguado una improvisación como la que nos ocupa. La de los 420.

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