La esquina

josé / aguilar

Tampoco el Banco de España

TAMBIÉN el Banco de España. Hemos llegado hasta donde estamos porque ha fallado todo el mundo: gobernantes y gobernados, patronal y sindicatos, partidos políticos e instituciones a todos los niveles, iglesias y bancos... Nadie se salva de la quema. Ni la Casa Real, que al menos intenta enmendar sus errores con resultados variables.

Pensábamos que alguna autoridad quedaría indemne del proceso generalizado de desprestigio que padece toda la clase reinante (los que mandan, para entendernos). Creíamos que unos señores tan serios como los del Banco de España (BdE), tan sesudos y expertos, nunca podían defraudarnos. Que su actuación estaría siempre guiada por la objetividad y siempre garantizaría el interés público en el funcionamiento del sector financiero. Bueno, pues tampoco.

El nuevo gobernador del Banco de España, Luis María Linde, tuvo el acierto -y la obligación, exigida por Bruselas- de encargar a los inspectores de la casa, sobre los que recae en primera instancia la vigilancia y supervisión de las entidades bancarias, un documento sobre cómo ha funcionado la institución en los últimos años. El resultado es como para salir corriendo (si tuviéramos adónde): la reacción habitual de los responsables del BdE ante los indicios de delito de gestores de bancos y cajas de ahorro ha sido mirar hacia otro lado, se ha actuado de modo excesivamente suave en relación con las infracciones, se ha sido laxo en la política de remuneraciones estratosféricas, se ha relajado la aplicación de medidas correctivas sobre las deficiencias observadas por los inspectores, los procesos de toma de decisiones son inadecuados y poco transparentes. No se puede achacar a estas deficiencias el estado calamitoso al que se han visto abocados varios bancos y cajas, mayormente por las gestión de sus responsables, pero seguro que una supervisión escasa, inadecuada o pasiva ayudó a desencadenar una crisis que ha costado a los españoles 50.000 millones de euros en rescate pagadero a la troika.

Supongo que los males de esta supervisión que supervisaba poco vienen de lejos. No obstante, la imagen más fresca que conservamos de los años de la hecatombe financiera es la del anterior gobernador Miguel A. Fernández Ordóñez, que nos emplazó repetidamente a bajar los salarios, reducir las pensiones y recortar gastos sociales como únicos remedios a la crisis. Quizás tuviera razón en sus mensajes, pero sería más creíble si se hubiera dedicado a lo suyo. A hacer lo que tenía que haber hecho como gobernador.

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