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JOAQUÍN Almunia, comisario de Economía de la UE, nos ofreció el pasado lunes su propia visión de la crisis y de los remedios para superarla. De lo primero, destacaré dos ideas: se trata, señala Almunia, de una recesión que no se puede afrontar sin la "imprescindible" sintonía entre los responsables de la banca y los gobiernos; y no es posible, añade, salir de ella con medidas estrictamente nacionales, ya que "la crisis tuvo un origen global y tiene que tener una solución global". Respecto de lo segundo, de los remedios, el comisario se mostró favorable a la creación de un banco malo encargado de gestionar los activos tóxicos de las instituciones financieras.

Esta última referencia -el concepto de banco malo- exige cierta aclaración. Se trata de un mecanismo conocido (fue utilizado por Suecia en la crisis financiera de 1991) que, según algunos, representa una opción dolorosa pero inevitable para escapar de esa espiral en la que, al introducir recetas que absurdamente mantienen los precios irreales de los activos bancarios, sólo se consigue, como en el Japón de los noventa, alargar la crisis.

En esencia, el planteamiento es aceptable: debe obligarse a los bancos a descubrir sus activos tóxicos para, seguidamente, ser amortizados a precios de mercado, con el impacto para accionistas y bonistas, pero no para los depositantes. ¿Y cómo se hace eso? Creando un banco malo que, adquiriéndolos, elimine dichos activos de sus balances. Una especie de "devorador de pecados" -en la línea de la película de Helgeland- que purifica el alma de los imperdonables.

Hay, no obstante, dos variantes de banco malo: el buen banco malo que tras su exorcismo conduce a los malos bancos, a los insolventes, a la recapitalización, a la nacionalización o incluso a la liquidación; y el mal banco malo que, al comprar los tan citados activos a precios inflados, permite que aquéllos, recién limpios, reanuden sus actividades ordinarias. Dicen prestigiosos expertos que, aun traumática, la primera es la única alternativa eficaz, entre otras razones, porque el problema es hoy de falta de demanda solvente del crédito y no de oferta y porque los costos para la sociedad de la segunda son inasumibles.

Con todo, no faltan críticos: la dificultad de la valoración de activos, la propia de saber cuáles son los tóxicos o cuáles llegarán a serlo, el tamaño gigantesco del banco malo resultante, la esperanza de lograr el mismo objetivo con avales estatales y nacionalizaciones suaves o el imperativo moral de que sean sus causantes los que gestionen y soporten los errores, aconseja, para ellos, una medicina diferente.

Sea como fuere, lo que sí es indiscutido es que ha llegado la hora de las decisiones valientes, que ante una estructura que se desmorona ya no queda tiempo para agonías tan dulces, paliadas y diferidas como, a la postre, catastróficamente mortales.

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