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Banderas ucranianas

Las banderas de Ucrania en balcones y ventanas nos trasladan a lo peor del analógico siglo XX

Desde que estalló la guerra en Ucrania al modo analógico (invasión al puro estilo de la Segunda Guerra Mundial), nos hemos acostumbrado a ver banderas ucranianas en balcones, ventanas y mástiles (las hemos visto hasta en Los Pajaritos). Se han convertido ya en clásicas estampas las enseñas color azul cielo y amarillo trigo colocadas en el Ayuntamiento y en San Telmo. Las Setas llegaron a iluminarse al anochecer con los colores de la divisa de Ucrania, igual que la cúpula de Fibes.

Del puente de Triana se colgó en su día una gran bandera ensabanada en la que se pedía paz. En la calle Levíes, junto a la bucólica Plaza de las Mercedarias, otra bandera de Ucrania destaca allí con el mismo lema: Paz. Hoy, 21 de septiembre, se celebra el Día Internacional de la Paz. Debería servir no para sacar de forma amenazadora a la Virgen de la Paz del Porvenir en procesión extraordinaria (servidor es hermano de la corporación), sino para reflexionar, entre otras cosas, sobre cómo se ha corrompido e infantilizado el término paz, aplicándolo a todo tipo de conflicto o disenso con forma de soborno procaz (caso del nacionalismo catalán).

Deseamos que la paz llegue pronto a Ucrania. Pero le preguntaríamos a quien con noble intención colocó esa bandera en la judería sevillana si desea la paz a cualquier precio. O sea, si pedir la paz significa dejar bien claro quién es el agresor y quién el agredido, quién el imperialista y quién el aplastado por el mazo de la llamada Russkiy mir (esa idea del mundo ruso como albacea moral de todos los pueblos eslavos orientales). Que la paz no es bonita y a veces exige sangre, es como admitir que la paloma tal vez haya dejado de ser el mejor icono plástico de aquélla (pensemos en las sucias palomas de las ciudades).

La guerra de Ucrania toma otro giro. El ejército de Zelenski está reconquistando territorios en el Dombás. Leemos con morbo que partisanos secretos al servicio de Kiev están propiciando una saga de atentados y asesinatos contra altos funcionarios prorrusos en regiones desleales. La novela negra y el cine harán su trabajo cuando todo acabe. Alguna película podría ganar incluso otro Giraldillo de Oro en el SEFF, como ocurriera en 2018 con Dombass, la película del gran Sergei Loznitsa (nadie, salvo los futboleros y conocedores de los éxitos del Shakhtar Donetsk, había escuchado nunca el nombre de esta región separatista, que llevaba ya años en guerra contra Kiev antes de que estallara la gran trifulca). En el siglo del metaverso, las banderas de Ucrania en balcones y ventanas nos trasladan a lo peor del analógico siglo XX.

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