TODO lo que no sea el recital que al Barça le salió por las botas en la noche del sábado es pura filfa, nada importante, agua que no mueve molino alguno. La jornada trigesimocuarta aparcará en los arcanos de la memoria por lo que realizó la orquesta que ha sincronizado Guardiola en una sabatina inolvidable para el fútbol en general y humillante para el madridismo en particular. Todo lo demás es algo menor, incluso la confirmación del Betis como el suicida más vocacional que se recuerda, incluido eso. Incluso el fantástico golpe de autoridad que el Sevilla dio en El Madrigal queda solapado por lo de la orquesta azulgrana.

¿Cuándo se ha visto jugar así al fútbol? Quizá aquel Brasil de México 70, el Real Madrid de la quinta Copa de Europa, por razones obvias de unas comunicaciones prehistóricas me perdí al Honved de Puskas, no sé, pero eso que hizo el Barcelona, Fútbol Club Barcelona, en la atardecida del 2 de mayo, fiesta de la Comunidad de Madrid para más inri, en el coliseo de la Castellana es difícilmente parangonable con algo. Iniesta y Xavi eran como dos diablillos incontestables, Henry una locomotora a la que nunca Sergio Ramos hizo descarrilar, Eto'o dejaba sin referencia a los centrales y Messi ejercía de Messi, nada más y nada menos.

Lo demás queda ensombrecido, fuera de cobertura, nada de nada. Y mire que ocurrieron cosas importantes en la jornada, como que el Sevilla reconstruyó su colchón puntada a puntada, genialidad a genialidad de su gran pareja de estrellas. También pasó que el Espanyol ha obrado un año más el milagro de salvarse cuando nadie daba un duro por él, que Hugo Sánchez ha sacado muy buena nota en su primer examen como técnico de la Liga o que el Atlético de Madrid se aprovechó de los trenes baratos como el Betis, un Betis que, como he dicho ya alguna vez, quizá necesite cambiar de entrenador con más frecuencia, cada dos semanas como mucho. Oh la, la, el Barça...