Partido grande así que den las nueve en todos los relojes de la Riera Blanca, esa línea fronteriza entre Barcelona y Hospitalet donde juega el Barça. Va el Sevilla a la conquista del terreno que perdió y lo hace en unas circunstancias que lo mismo pueden ser bonancibles que llena de aristas. Se trata de un Barça con muchos problemas para la formación de su defensa, pero que ya cuenta con su tótem único, el prodigioso Lionel Messi.

Y en este tiempo tan convulso en Can Barça, la remontada del miércoles sobre el Inter ha debido ejercer efectos balsámicos. El gran estado de forma de Luis Suárez ha maquillado bastante la carencia de juego que muestra la orquesta de Ernesto Valverde. El depredador charrúa anda en vena goleadora y está paliando de cara a la galería el dubitativo arranque blaugrana de Antoine Griezmann. Y por si fuera poco, ahí que aparece Messi, casi nada al aparato.

Me imagino un antídoto compuesto por un Sevilla de líneas muy juntas y velocidad arriba mediante ese hallazgo que Monchi reclutó para la causa y que atiende por Ocampos. El potentísimo punta criollo puede, debe, ser el mayor argumento de Lopetegui para cogerle las espaldas a la circunstancial retaguardia culé. He ahí la gran esperanza blanca de cara a retomar la senda que tan bien se reencontró el domingo noche ante la emergente Real Sociedad.

Se mire como se mire, este pleito que cierra la jornada y que abre otro inoportuno parón se presenta como un partido de alto standing, como un artículo de lujo en el espectacular escaparate de una Liga que acoge el mayor número de candidatos a lo mejor que se recuerda. No hay más que mirar la tabla y vemos cómo su ático está superpoblado; al menos, más poblado de lo que habitualmente dejan los vitalicios inquilinos de la cosa. Barça-Sevilla, partidazo habemus.