Previsión El tiempo en Sevilla para este Viernes Santo

Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Barcelona desde Sevilla

Barcelona emitía señales constantes de modernidad hasta que llegó el nacionalismo de sardana y butifarra

Pertenezco a una generación sobre la que, en su adolescencia, Barcelona ejerció una especial fascinación. Vista desde Sevilla, en aquellos años primeros de la Transición, con Franco todavía casi de cuerpo presente y con el paisaje local dominado por una aplastante ranciedad, la Ciudad Condal, que era como la llamaban los telediarios, emitía señales constantes de modernidad. Barcelona era lo que más se parecía a Europa. Frente a un país que apenas empezaba a sacudirse la caspa del franquismo, allí nos llevaban ventaja en todo y si nosotros estábamos a años luz de París o Londres, ellos las tocaban con la punta de los dedos. Esto tenía poco que ver con la política; tenía mucho que ver con la cultura y con la sociedad en su sentido más amplio. En las revistas de la época leíamos fascinados sobre la escuela de cine de Barcelona, sobre la ciudad que era referencia para Vargas Llosa o Cortázar, Serrat, el jazz de Tete Montoliú o la vida apasionada y apasionante de la gauche divine en Boccacio. Ir a Barcelona -en el Catalán, que tardaba dieciocho horas- era como hacer un viaje al futuro. Muchos, por cierto, lo habían hecho años antes con objetivos bien diferentes, para trabajar en la Seat o en el servicio doméstico. Porque conviene no olvidar una cosa: Barcelona era lo que era porque, entre otras razones, había sido la niña mimada de la dictadura.

En Sevilla, por aquellos años, lo más importante que nos pasó fue que el Betis logró ganarle en los penaltis la primera Copa del Rey al Athletic, al que entonces se le llamaba el Bilbao. Sí podíamos presumir de producir el rock más progresivo de España con Smash primero, más tarde Triana y, por medio, Silvio. Pero por lo demás, seguíamos como si no hubiese pasado nada desde los años de Utrera Molina porque, con toda seguridad, no había pasado nada. Mientras Barcelona empezaba a entrar en el circuito de los grandes artistas internacionales y era la sede de las mejores editoriales y revistas, aquí seguíamos yendo de la Semana Santa a la Feria y de la Feria al Rocío para desembocar en Chipiona. Ellos habían cruzado los Pirineos, nosotros estábamos cerca de África.

Esto fue así hasta que llegó el nacionalismo y mandó parar. La política egoísta y cateta, de sardana y butifarra, de Pujol, el papel de anestesista ideológico jugado desde sus inicios por la televisión autonómica, el lavado de cerebros hecho desde la infancia en la escuela… dio al traste para siempre con aquella modernidad y sepultó a Barcelona en la mediocridad que hoy padece y en la estrechez de miras que ha demostrado esta semana el Parlamento catalán. Puigdemont, Forcadell, Junqueras o Colau es lo que ahora encontramos cuando miramos para allá. Un día Barcelona nos dio envidia, hoy nos da lástima.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios