Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Barcelona pierde, Sevilla no gana

La crisis de Estado convierte a Barcelona en ciudad perdedora; Sevilla no está en condiciones de aprovecharlo

Habrá vida más allá del artículo 155 de la Constitución, de la declaración unilateral de independencia y de todo lo que tenga que venir, que no será poco ni será gratis. Una crisis de Estado de esta profundidad va a dejar víctimas y cicatrices que tardarán mucho en desparecer. Ya se pueden ver con nitidez algunos de los grandes perdedores de este pulso y para la reflexión que aquí queremos hacer hay que destacar a uno de los más evidentes: la ciudad de Barcelona. Golpeada ya en el estómago por la fuga de grandes corporaciones que estaban en el núcleo de su imagen de ciudad empresarial y centro financiero, con su enorme capacidad de atracción turística claramente mermada por la inestabilidad social y política en la que se ha instalado y con su peregrina vocación de ser capital de un miniestado marginado por Europa y fuera de euro, el futuro que le espera, por lo menos a corto plazo, no es envidiable.

En la liga de las grandes ciudades españolas, como en la de fútbol, a Barcelona sólo le veía la matrícula Madrid y el resto, entre las que mal que bien podemos incluir a Sevilla, estaban a distancias muy considerables. Pero aunque ese dúo de cabeza se mantenga, la capital catalana pierde puntos en esta crisis y otras están dispuestas a recogerlos y aprovecharlos. Con el traslado de las sedes sociales y fiscales de las grandes compañías se ha jugado el primer partido: Valencia, Alicante, Zaragoza, Palma o Málaga han recogido. Sevilla, no. Con la captación de turismo que dejará de ir a Barcelona puede pasar tres cuartos de lo mismo. Con el reforzamiento de su imagen como gran metrópoli en el sur de Europa, seguro que pasará.

Ha venido a coincidir el punto álgido de la crisis de Estado -casualidades de la vida- con el grito de alarma, casi de desesperación, lanzado por el foro de ingenieros sobre la situación de Sevilla, a la que califican, con poderosos argumentos, de "ciudad inacabada". La razón, el abandono de los grandes proyectos de infraestructuras sobre los que construir un modelo de desarrollo no sólo en la capital, sino también en su amplia área metropolitana, una conurbación que sobrepasa el millón y medio de habitantes. Sevilla lleva ya un cuarto de siglo abandonada a su suerte y ello no es sólo culpa de las administraciones estatales, autonómicas y locales, sino principalmente de sus propias inercias y de su falta de dinamismo.

Ahí está la clave del problema: Sevilla tiene poco que ofrecer y su capacidad de atracción, muy mermada, no se basa sobre un proyecto sólido que pueda resultar atractivo para lo que buscan hoy los inversores y dinamizadores sociales en las grandes ciudades. Por todo eso, Barcelona entrará en una crisis que otros aprovecharán. Nosotros lo tenemos muy difícil.

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