Plaza nueva

Luis Carlos Peris

Barquinazo según Sevilla

PARECÍA un cuadro lleno de vitalismo costumbrista y con la luminosidad que irradian estas tardes de primavera adelantada que nos ha deparado este febrero. El escenario era la Plaza de España con sus guiris y su canesú, su degradación dolorosamente progresiva haciendo juego con el estanque, seco, agrietado... Como actores de una astracanada que lleva visos de romper en drama rico en víctimas, un centenar de sevillanos que no sabían a qué carta quedarse, si la de dejar las cosas en manos de la Justicia o la de que no se mueva un varal. Dicho sea esto último en justa correspondencia a la definida vocación semanasantera de José Salas Burzón, hermano mayor que fue de la Lanzada y de la hermandad rociera de Villamanrique de la Condesa, la de más solera de cuantas peregrinan hacia la Blanca Paloma por Pentecostés.

Parecía la escena como sacada de una película de Berlanga, como de una cualquiera de la serie Escopeta nacional y, posiblemente, no hubiese pasado la censura de haberse rodado antes de la flebitis. Sólo le faltaba a esta Sevilla atascada y a la que están adelantando ciudades que ni a soñar se hubiesen echado de competir con ella, digo que sólo le faltaba un escándalo financiero cuando resuenan con fuerza los ecos de Fórum y de Afinsa. Esos estallaron a nivel del Estado y éste más en plan doméstico. Doméstico y con los ingredientes más típicos para que nadie pueda poner en duda sus señas de identidad. Vara dorada en Semana Santa, langostinos del Athletic en la Feria, Dom Perignon en la Raya Real, que no falte de ná, niño llena ahí, que no decaiga y así en este plan hasta que uno se mosqueó, se dijo esto huele mal y se fue al juzgado de Guardia, con lo que el varal del palio empezó a moverse de forma imparable.

Estalló el escándalo no sin que antes un hermano del interfecto perdiese la vida en circunstancias que han ido circulando mediante lenguas de doble filo habitualmente bien informadas. Decir que la culpa es de la desaceleración del ladrillo es un eufemismo que otros más simples tildan de se lo han llevado calentito, que es más fácil de entender, pero más difícil de comprender en un Estado de derecho. No quiero hurgar en la herida de los damnificados diciendo que es un tocomocho a lo grande porque bastante tienen las víctimas como para restregarles que les perdió la avaricia de unas ganancias irracionales. Me pongo en sus casos y casi veo lógico que teman que la Justicia entre y lo colapse todo, pero el eufemismo de que fue la desaceleración del ladrillo la culpable de tamaño desaguisado quizá deba dejarle sitio a la captura de unos dineros que deben estar desperdigados entre la Carrera Oficial, una caseta de Feria, la Raya Real o entre los caramelos que tiró Melchor por las calles de Sevilla el 5 de enero de 2001.

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