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Bases

¿Es bueno que unas decenas de miles de ciudadanos decidan el destino de decenas de millones?

Veníamos de un modelo vertical y dirigista en el que las ejecutivas de los partidos hacían o deshacían a su antojo, conforme a la ya reiterada imagen de la foto fija. No sólo entre las izquierdas se imponía la necesidad de dar a los militantes de a pie, las famosas bases, voz en las decisiones que les afectan y de las que han estado excluidas durante demasiado tiempo, pero no es lo mismo designar a los representantes propios o definir las directrices políticas de una formación que recurrir para todo al comodín de la votación directa. No en absoluto ajena al auge de los populismos, en plural, porque los tenemos de todos los colores, la deriva plebiscitaria conlleva riesgos considerables y de hecho la idea, tan extendida, de que profundizar en ella implica ganar en calidad democrática se ha revelado cuando menos discutible. Contra lo que suele decirse y puede que sea cierto en el caso de otras agrupaciones nacidas de la sociedad civil, no son los militantes los que sostienen con sus cuotas el sistema de partidos, sino las generosas subvenciones que el Estado les otorga atendiendo a su representación parlamentaria. Esto es objetivamente un bien, dado que facilita la concurrencia de las ideologías con base a su apoyo popular, pero si se cede a una mínima parte, la que gasta carné y acude a los mítines, la facultad de tener la última palabra en opciones cuya fuerza reside en el respaldo logrado en las urnas, el resultado no será una mayor legitimidad sino al contrario. ¿Es bueno que unas decenas de miles de ciudadanos decidan por sí solos el destino de decenas de millones? Las consultas a las bases, por otra parte, además de habitualmente capciosas, tampoco se han demostrado eficaces a la hora de prevenir la tentación del caudillismo -que se sustenta precisamente en el apoyo cerrado de los pretorianos- ni de evitar el trato reservado a los disidentes, que siguen siendo excluidos sin contemplaciones cuando osan cuestionar la línea de la dirección del momento. Tanto los ciudadanos que no militan en ningún partido como los meros simpatizantes o los que ni siquiera ejercen, eventualmente o por sistema, su derecho al voto, sea porque no se reconocen en unas siglas concretas o porque quienes las dirigen no merecen su confianza, no se benefician en nada de esas consultas condicionadas. Como la Historia ha demostrado tantas veces, los verdaderos líderes son los que se enfrentan si es necesario a su propia militancia para representar mejor los intereses de la mayoría. Los líderes mediocres, por el contrario, suelen escudarse en el asentimiento de los fieles para encastillarse en posiciones numantinas y muy a menudo indeseables.

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