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Bauman

Bauman ha sido quien con más insistencia ha descrito los males de la posmodernidad, sin que por ello ofrezca solución alguna

En su Vida líquida, Bauman sugiere que la Historia ya no sirve para explicar al hombre contemporáneo. Se da así una suerte de vacío en la que el hombre prolifera y se agosta, como una flor anaerobia, sin que ninguna certidumbre, sin que ningún hecho del pasado, venga en su socorro. A esta forma de vivir en un perpetuo Apocalipsis, ayuno de memoria, Bauman lo llamó la modernidad líquida. Y es mérito del pensador polaco, ahora fallecido, haber compuesto un minucioso retablo, a la manera de Brant, de todos nuestros males. Males que Bauman relacionaba con el consumo, como Baudrillard y Lipovetsky, pero cuya secuencia histórica no alcanza a discernir, porque la Historia, según el credo posmoderno, ya no rige para explicar nuestras cuitas.

En cierto modo, la sociología de Bauman se hallaba en los antípodas de la que practicó Bordieu. Si en El baile de los solteros Bordieu retrata el largo crepúsculo del agro francés y la vasta migración a las ciudades, en Bauman nos encontramos ya con la ciudad hecha, llena de gentes apresuradas y compradores atónitos, cuyo único fin, y cuyo principal miedo, es ese vértigo momentáneo, la provisionalidad estructural, que propicia el consumo. De esta ausencia de memoria (un nuevo deseo sepulta de inmediato los deseos antiguos), Bauman deducía una incapacidad de la Historia para explicarnos el presente perpetuo y, en suma, esta modernidad líquida en la que hoy zozobramos. Sin embargo, es fácil demostrar lo erróneo de su conclusión. No es posible desvincular el consumismo de aquella economía de escala, perfeccionada en la inmediata posguerra, y de su necesidad de vender cuanto produce. Vale decir, de su necesidad de crear nuevas necesidades que nos obliguen a comprar sin descanso.

Se da así la paradoja, ciertamente posmoderna, de que Bauman ha sido quien con más insistencia ha descrito los males de la posmodernidad, sin que por ello ofrezca solución alguna. En Bauman, los consumidores viven en un círculo de desazón y éxtasis en el que se marchitan sin causa aparente. Esto ocurre, como ya se ha dicho, porque en Bauman la realidad cambiante de la Historia se aparece como una realidad absoluta, trascendente, de imposible modificación, más próxima a San Juan de Patmos que a los gratos oficios de Heródoto. De tal modo que el hombre posmoderno, el trémulo consumidor de Zygmunt Bauman, se condena a un estupor sin fin, a un fuego innumerable, como aquellas ánimas del Purgatorio que imaginó Alonso Cano.

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