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Acción de gracias

Bécquer

Uno de mis rincones favoritos de la ciudad es la cruz de piedra que recuerda al poeta en la ribera del Guadalquivir

La maldita pandemia nos obligó a ir aplazando la visita de unos amigos que tenían pendiente conocer Sevilla. A mí me hacía ilusión presentarles la ciudad; supongo que cuando uno va haciéndose mayor se reconcilia con sus raíces, las contempla desde una serenidad que sólo se conquista con los años, como un hijo que, lejana ya la adolescencia, ese tiempo de marcar distancias, entiende ya a sus padres. Yo quería -lo haremos este otoño, cuando el calor no apriete- adentrar a estos amigos en el sur, mi sur, en las rutinas y los prodigios que hacen de Sevilla un lugar habitable: visitaríamos, por ejemplo, los jardines del Alcázar, una exposición en el CAAC, el Bellas Artes o alguna galería, iríamos a alguna función en el Central o en otro de nuestros teatros.

A mis amigos, cuando vengan, les avisaré de que van a andar mucho, porque esta ciudad se disfruta y se vive en los paseos: ha sido en esas caminatas cuando mi corazón comprendió que pertenecía a estas calles y rincones, o tal vez al contrario, que estas calles y rincones le pertenecían, que ese chaval ensimismado que un día quiso huir para cumplir sus sueños era feliz aquí, que quedarse no había sido una derrota. Aún me asombra cómo la belleza sale al encuentro de uno: sólo hay que levantar la cabeza para observar la armonía de un edificio que otras veces nos pasó desapercibido, o detenerse y apreciar cómo la luz de la tarde extrae del mundo un encanto que no sospechábamos.

En esos peregrinajes por la ciudad me gusta, como a todos, salirme del recorrido turístico más obvio y buscar enclaves propios, más o menos secretos. Uno de ellos es la pequeña cruz de piedra que recuerda a Bécquer en la ribera del Guadalquivir que se encuentra frente al Monasterio de San Jerónimo, un homenaje tan discreto como emocionante que le dedicaron sus paisanos al poeta en 1913, cuando sus restos y los de su hermano Valeriano se trasladaron al Panteón de Sevillanos Ilustres. La historia tras ese pequeño monumento es hermosa: Bécquer, que había pensado tantas veces en la muerte y se había preguntado "acerca de la destinación futura, no sólo de mi espíritu, sino de mis despojos mortales", había soñado una tumba a ese lado del río, a la que sus conciudadanos acudirían con orgullo. "Los álamos blancos, balanceándose día y noche sobre mi sepultura", escribió en Cartas desde mi celda, "parecerían rezar por mi alma con el susurro de sus hojas plateadas y verdes". Todavía los árboles, mecidos por el viento, celebran a ese hombre "huidizo y melancólico", como lo definió Rafael Montesinos, al que en ese lugar sentimos tan cerca y tan presente, no obstante: Bécquer, su poesía, forman parte de nuestros orígenes, de ella venimos.

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