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La ciudad y los días

carlos / colón

Belleza robada

EL ministro de Cultura turco, justificando la campaña de su gobierno para que algunas obras de arte sean devueltas al país, ha dicho: "Las piezas de arte, como las personas, animales o plantas, tienen almas y memoria histórica. Cuando son repatriadas a sus países, se restablece el balance de la naturaleza". Menos lobos poéticos, ministro: una cosa son los países que actualmente ocupan los territorios de antiguos reinos o imperios y otra muy distinta las culturas que allí crearon esas obras hace siglos.

Poco, más bien nada, tiene que ver la actual Turquía con la antigua Grecia. Una de las piezas más espectaculares reclamadas por los turcos, el Altar de Pérgamo, fue erigido por los griegos en un reino que después fue territorio romano, posteriormente bizantino y por fin turco desde la primera expansión otomana bajo Osmán I a principios del siglo XIV.

Que Turquía ocupe parte de los antiguos territorios griegos le da un derecho más bien relativo para reclamar como "alma y memoria histórica" suya el Altar de Pérgamo, que está en Berlín desde que fue descubierto por arqueólogos alemanes y trasladado allí en 1879 tras pagar una compensación al gobierno turco. ¿Suelo o cultura? El suelo sobre el que se edificó el Altar es hoy turco, desde luego. Pero el legado de la cultura grecorromana está en Europa occidental. Berlín es hoy más griega que Bergama, la ciudad turca alzada sobre las ruinas de Pérgamo. También está en el mismo museo berlinés la Puerta de Ishtar, una de las ocho de Babilonia, y ya me dirán qué tiene que ver el imperio babilónico con el actual Iraq.

Además hay que tener cuidado con los viajes de las obras de arte. Los museos se han construido a partir de expolios porque la historia del arte es también una historia de poder. Desde la antigüedad las obras viajan hasta las ciudades de las naciones conquistadoras de territorios. Como trofeos, pero también como belleza robada. Como símbolo del poder de los conquistadores, pero también como reconocimiento de su admiración por las obras de los conquistados. Lo uno es indisociable de lo otro.

A ello hay que añadir la atormentada historia de los restos de los antiguos imperios: muchas de estas obras estaban olvidadas, enterradas y destinadas a la destrucción hasta que los arqueólogos/expoliadores europeos las descubrieron y conservaron en sus museos. De no expoliarse -y nunca a sus dueños legítimos, desaparecidos hace siglos- se habrían perdido.

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