¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Bendito calor

Los científicos dicen que el calor frena al Covid-19. Quién nos iba a decir que los 40 grados eran una bendición

Tiempos nuevos, tiempos salvajes", cantaba Ilegales en el descampado de la Maestranza de Artillería (donde hoy se levanta el teatro), en uno de esos legendarios conciertos de Cita en Sevilla, cuando los concejales de Cultura manejaban presupuestos propios de jeques marbellíes. Hoy hace gracia recordarlo. ¿Qué se fizo de aquella ingenuidad de los ochenta? España estaba alegre como unas castañuelas, pero a sus cantantes les daba por ponerse un tanto apocalípticos y la muchachada coreaba sus estribillos mientras bebía DYC a morro. Ahora, sin embargo, cuando el escenario es francamente desolador, nos ha dado por poner en los balcones Resistiré (un hit de bisabuelas) y el Vámonos pa' la Feria cariño mío, que es uno de los muchos himnos nacionales del infierno. Una vez más queda claro que, como bien apuntan los pensadores de la Brunete, el progreso es una vana ilusión. Pero al lío: para tiempos nuevos y salvajes estos del primer tercio del XXI. Nos ha tocado un siglo que no parece dispuesto a dar tregua, entre atentados mahometanos, descalabros económicos y, ahora, las hordas de virus asiáticos. Para colmo, son décadas de una compleja lectura, en las que las contradicciones y las paradojas abundan. Por ejemplo: hasta ayer el gran peligro del planeta era el calentamiento; hoy, sin embargo, nos enteramos que el calor frena la proliferación del coronavirus (aunque hay científicos que cuestionan esta afirmación). Esto ha supuesto que Andalucía y Nápoles, dos regiones europeas que siempre viajan en el vagón de cola de la fortuna, sean en estos días de pandemia territorios favorecidos por los dioses. Y he aquí, cosas veredes, que una maldición eterna de esta ciudad, como son las altísimas temperaturas que nos castigan en los meses de la chicharra, se han convertido en una bendición del cielo ardiente. Quién sabe, incluso, si en el futuro usaremos el calor inhumano del estío como reclamo para atraer al turismo que huyó despavorido cuando el Covid-19 asomó sus siniestros cuernos en el horizonte.

Los terronis, maketos, espaldas mojadas y charnegos, los sureños vegetativos sobre los que cayeron en tiempos pasados todos los prejuicios del darwinismo de garrafa, que nos retrataban como pueblos degenerados e indolentes, vuelven a ser los habitantes del paraíso, de las tierras donde al coronavirus le cuesta extender su imperio de muerte y terror. Son tiempos nuevos y puede que se conviertan en salvajes si no sabemos acertar con la dura recesión económica que viene, pero al menos sabemos que tenemos la ventaja del calor, ese con el que ni siquiera los virus quieren trabajar. Quién nos iba a decir que los cuarenta grados a la sombra eran una bendición.

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