Bien está lo que bien acaba y en el Betis ha terminado estupendamente su larguísimo proceso de regeneración. Y para esto ha sido fundamental la labor realizada por los juristas que lideraba Adolfo Cuéllar Portero, el primogénito de aquel irrepetible Adolfo Cuéllar Contreras que se fue de este mundo dejando una indeleble huella de honradez. Todo se consumaba el jueves en una notaría sevillana y el Betis, todo el Betis, ya es de los béticos.

Y ahora, ¿qué? Pues, la normalidad de ser un club democratizado y en el que la única meta ha de ser la de pelear por el éxito deportivo en igualdad de condiciones con sus iguales. El éxito deportivo como horizonte único tras demasiadas tribulaciones. Unas tribulaciones que hicieron peligrar en ocasiones la propia integridad del club. Nunca tantas tribulaciones en un club de fútbol y que no resultaron definitivamente trágicas porque con el Betis no nació quien pueda.

Parido de una materia extrañamente indestructible, si aquellos tres lustros de rifas y campos de polvareda no lo destruyeron, cómo iban a hacerle morder el polvo estas tribulaciones. Tribulaciones, por cierto, con muy variados ropajes que tampoco es cuestión ahora de recordar. La jugada última, tan denostada, de tender puente de plata a Lopera y Oliver fue clave para precipitar los acontecimientos a fin de que se vea el final del túnel, mejor hoy que no se sabe cuándo.

Hay que ver cómo suena eso de que el Betis es ya de los béticos y que no hay secuestro que valga. Ahora son Haro y Catalán los que tienen el balón con que jugar el partido y que ese partido sólo pueda tener el desenlace del éxito. Condición indispensable es que cabalguen sin distraerse con ladridos de personal ajeno a la obra y que es señal inequívoca de que el Betis, por siempre y para siempre Real Betis Balompié, ha dado, al fin, con el camino adecuado, el que anhelaba.