LLEGA el Betis a este parón sumido en una especie de Arcadia feliz, como si se hubiesen puesto de acuerdo el equipo y esa paz institucional que algunos cortitos de luces no aceptan. Por una vez, y ojalá sirva de precedente, han aparecido las concatenaciones entre la yerba y la moqueta, con lo que el bético real, ese que sólo quiere que gane el Betis y nada más, tiene un par de semanas para solazarse y no dejar de mirar la tabla clasificatoria.

En Vallecas calcó el Betis lo de una semana antes en Gijón para ligar un seis de seis que sabe a gloria. Mientras, se mueven peones para que el futuro se estabilice sin fecha de caducidad y el club se libre para siempre de sojuzgamientos y secuestros insufribles. En Vallecas, además, se confirmó la solvencia de un alemán veterano que ya anteriormente había dado muestras de su jerarquía, pero su abordaje por sorpresa a la nave rival con golazo incluido fue la firma.

Y con esto, va solidificándose la figura de un director deportivo al que querían segarle la hierba bajo los pies como con prisas. Hay que ver las sandeces que se han escrito de Eduardo Macià con el deseo de su fracaso junto a la ridícula postulación de personajes del pasado ominoso. Y en ese bastión que se antojaba inexpugnable volvió a dejar sus credenciales Rubén Castro, el futbolista más determinante que recordamos bajo el pabellón de las trece barras y la corona.

Cayó Vallecas y flota el Betis en una muy buena posición desde la que mira alegre por el retrovisor. Y en Vallecas, como en Valencia y Gijón, quedó claro que es posible la vida sin Ceballos, ese que lleva riéndose del Betis casi desde el mismo día que, sin que nadie se lo pidiese, hizo protestación de fe bética. Ahora toca parón hasta que el 17 aparezca el Espanyol por la bocana de vestuarios heliopolitana con once días de vino y de rosas por muchas chinitas que anden poniendo en el camino.