LLUEVE sobre muy mojado en el apartado arbitral y tiene derecho el Betis a ser escuchado en las más altas instancias futbolísticas. Está claro que los árbitros son humanos y que cuando el error es humano no hay por qué discutir ni extrañarse, se acepta y a pensar que a la próxima ese error humano favorezca o que, al menos, no perjudique. Ocurre que son demasiados los goles anulados sin causa justificada, excesivas las tarjetas con la subsiguiente expulsión y los penaltis ignorados. Es más, de estar el Betis en Primera chocaría menos, pero que errores tan crasos como los de antier noche se produzcan en El Toralín, Pon-fe-rra-da...

Ahora se urge a Gordillo a que hable con Sánchez Arminio, como si al mandarín cántabro le importase una higa todo lo que no sea perpetuarse en el cargo, como si lo que le pase al Betis le vaya a él en alguna medida. No puede el fútbol español estar tan manipulado por un estamento, el arbitral, que no tiene un comportamiento unificado y que lo mismo aporta un Mateu Lahoz que para pitar falta hay que llevarle una pierna bajo el brazo o un Rubinos que como no castigue algo que no pasó pierde la antigüedad. Y ya que no aparezca ese canario Hernández que le tocó al Betis en desgracia la noche del jueves en el prestigioso estadio de El Toralín, Pon-fe-rra-da.

De siempre se soportó de forma tácita un mangazo en el Bernabéu o en el Camp Nou, pero ¿en Ponferrada? En Ponferrada sería normal un mangazo al Astorga o a la Cultural Leonesa, pero que a uno con tanta gente detrás como el Real Betis Balompié le hagan un estropicio así clama al cielo. No sabe nadie qué trascendencia van a tener los dos puntos dejados de ganar en Ponferrada a la hora de las cuentas definitivas, pero eso ahora es lo de menos. Lo importante en estos momentos es el estado de ánimo que deja una injusticia así y la inquietud que se siente por el tratamiento habitual del arbitraje, algo que no garantiza que la de Ponferrada haya sido la última faena.