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Biarritz

Como presidente en funciones, al señor Sánchez no le aguarda ninguna alegría después del verano

Biarritz todavía suena a veraneo de entreguerras, con algo de balneario discreto, donde la aristocracia europea aguardaba, al fresco del Cantábrico, la próxima conflagración mundial y un exilio inminente. En estos días, con la cumbre del G-7, Biarritz se ha vuelto a poblar de ambos rumores: ya sea el rumor de un conflicto comercial, alentado por las maneras broncas de la política de hogaño, ya sea el eco de una aristocracia antigua -tan homenajeada/afrentada por Jardiel-, que hoy declina, sin embargo, ante la hermandad ruidosa y en desorden de Jonhson y Trump, o ante la mera verbosidad, distante e injuriosa, de Jair Bolsonaro.

Detrás de todo ese espumillón retórico se hallaba, amonedando el perfil, don Pedro Sánchez. Bien es verdad que sin mucho protagonismo, dado que monsieur Macron había reservado el protagonismo para él solo, ofreciendo al mundo una imagen de presidente arremangado (aquel "hombre-en-mangas-de-camisa" que cantaba Whitman y que tanto deploró d'Ors), dedicado intensamente a resolver nuestros problemas. Problemas que van desde la tasa Google al laberinto persa donde se había adentrado mister Trump, con las sanciones a la teocracia iraní; sin olvidarnos, claro, de la guerra arancelaria con China, que parece remitir, acaso por la inminencia de otra crisis. El asunto es que don Pedro Sánchez se hallaba pero sin hallarse, disfrutando de la circunstanciada pompa del G-7, como esos cuñados silenciosos que se beben el champán a nuestras espaldas. A las pocas horas, sin embargo, hemos sabido de la argucia del PSN para ceder la Alcaldía de Huarte a Bildu, y entonces se empezado a comprender esa paz espectral que parecía disfrutar don Pedro Sánchez, vacante por el borde del verano, sin que la actualidad gubernativa, sin que el arenal político, le estropeara la pose varonil y tiñera su mirada -"abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar", cantaba José Hierro- de una incipiente y oscura melancolía.

Como presidente en funciones, al señor Sánchez no le aguarda ninguna alegría después del verano. Le aguardan la hostilidad de sus adversarios y el acicate de sus socios. Le aguardan una economía que se aventura en lo incierto y una parálisis política desconocida hasta ahora. Le aguardan, tal vez, la fatiga y el descrédito de unos nuevos comicios. Le aguarda, por último, la sentencia del procés y sus epifenómenos. Nunca como en Biarritz, -pensaría Sánchez-, la gloria fue más refrescante, más absurda, más liviana y más pura.

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