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La ciudad y los días

Carlos Colón

Bibliotecas públicas

NO creo que un ordenador por cada escolar garantice nada en la mejora de la educación. El ordenador es sólo una herramienta cuya bondad o maldad depende de su uso. Este uso depende, a su vez, de la educación en conocimientos y valores del usuario. Y esta educación integral depende, sobre todo, del trato que se tenga con los libros. "Primero vivir, después filosofar" recomendaban los clásicos. "Primero los libros, después el ordenador" recomendaría a niños y educadores. El manejo de un ordenador lo aprende un chaval en un minuto. El uso de sus posibilidades, en cambio, requiere un largo período de formación en el que la lectura debe ocupar un lugar principal.

Creo en la palabra como creación suprema y molde único de lo humano. Creo en los libros como insustituible instrumento pedagógico primero. Por eso todo lo que se haga para fomentar la lectura me parece un avance en la dirección correcta que, en mi opinión, diferencia el progreso (que une el avance material al ético, social y cultural) del desarrollo (que se refiere sólo al avance material). Y por eso me parece una gran noticia que se hayan iniciado las obras de la biblioteca pública de la calle Torneo, primera de las cinco que el Ayuntamiento se comprometió a construir en este mandato.

En su bella y famosa novela autobiográfica Un árbol crece en Brooklyn -felizmente reeditada por Lumen y Círculo de Lectores- recuerda Betty Smith lo que representó la biblioteca de su barrio en su pobre infancia: "La biblioteca pública, aunque pequeña y pobre, era magnífica... Dentro tenía la impresión de hallarse en una iglesia… Incluso prefería el aroma del cuero gastado, el pegamento y los libros recién impresos al olor a incienso de las misas solemnes". Contaba el tiempo por su visita semanal a la biblioteca y las estaciones por las flores que la bibliotecaria ponía en el florero del mostrador: ramitas de dulcamara en otoño, acebo en Navidad, sauce en primavera, capuchinos en verano. Con el libro prestado en las manos corría a arrebujarse en la escalera de incendios del patio trasero, oculta entre las hojas del heroico árbol que da título al libro: uno de esos árboles que logran crecer en el cemento de los patios de Brooklyn "sin sol, sin agua, hasta sin tierra". Como a veces, aun teniéndolo todo en contra, podía crecer en aquel barrio miserable el talento gracias a una madre que cada noche leía a sus hijos una página de la Biblia y de Shakespeare; y a una biblioteca. Ojalá que estas nuevas bibliotecas sevillanas sean para algunos jóvenes lo que aquella "pobre y pequeña" biblioteca fue para Betty Smith.

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