TIEMPOS BÍBLICOS. Mientras los copos de nieve caen sobre la meseta, sobre los picos más altos, sobre los lagos, amortiguando levemente la cháchara diaria, resulta que al final la solución a los problemas más inmediatos vuelve a estar en la Biblia. No hacía falta leer a expertos economistas que ni siquiera vieron venir la bola blanca que hoy nos acogota; ni tampoco estudiar esos informes de organismos burocratizados cuyas propuestas y recomendaciones son las que aplica a diario el carnicero de la esquina (gastar menos de lo que se ingresa, ahorrar más, trabajar mejor). Nuestro presidente, al fin, lo ha reconocido: llevamos dos años de crisis y zozobra; y pasarán otros cinco de incertidumbres. Siete años de vacas flacas que van a seguir a otros tantos de vacas gordas, desde nuestra entrada en el euro, en ese paraíso de fantasía que nos hizo creer que era posible que nuestros salarios aumentaran eternamente el doble de la inflación alemana. José, en el Libro del Génesis, ya interpretó el sueño al faraón. Y éste tuvo la prudencia de creerle. Y de ordenarle que, durante los años de bonanza, fuese en su nombre por todo el país acopiando la quinta parte de la producción de trigo para cuando llegaran los tiempos de escasez. Nosotros, en el mismo periodo, no sólo no hemos ahorrado prácticamente nada sino que nos hemos montado en una montaña de deuda que alcanza cotas desde las que al asomarse únicamente se ve un precipicio oscuro: el 270 % del PIB, del que un 210% corresponde a familias y empresas. Difícil será crecer hasta que no la devolvamos. Hacia el 2016.

(IN) SOLIDARIDAD GENERACIONAL. Para ese año, con toda seguridad, ya se habrá aprobado (además del copago sanitario en función de la renta) el retraso de la edad de jubilación a los 67 años, una medida que, sorprendentemente, todavía es objeto de discusión. Parece que los indios iroqueses sólo tomaban decisiones teniendo en cuenta su impacto en las siguientes siete generaciones. Si nosotros actuáramos de la misma manera, y no llevados únicamente por un egoísmo personal o partidista, es probable que estuviéramos debatiendo edades aún más tardías, como los 70, y ajustes todavía mayores. En 1970 la expectativa de vida de un jubilado era de diez años: ahora es de veinte. La pirámide de población española se ensancha hasta la cohorte que hoy tiene entre 33 y 37 años, para estrecharse de forma intensa a partir de ahí. Si en la actualidad, con ratios de dependencia afiliado/jubilado aún cómodos afloran dificultades, ¿qué pasará dentro de quince años? ¿Por qué, entre otros desajustes, una persona que trabaja y gana dos o tres mil euros al mes tiene derecho a la pensión de viudedad de su cónyuge incluso sin tener hijos a su cargo? No deberíamos descartar, en un futuro no muy lejano, que las generaciones más jóvenes, de cohortes más estrechas pero que no van a disfrutar del plus salarial que de ello se podría derivar ya que su competencia es global, se nieguen a pagar el coste excesivo de un sistema de pensiones que cargue sobre sus espaldas un peso a todas luces irracional (The Pinch. How the baby boomers took their children future. David Willets). Y una pregunta retórica: ¿debemos considerar realmente al sistema de pensiones como parte del Estado de bienestar? ¿Y si dejáramos de lado el sistema de reparto -que muchos consideran un verdadero imposible económico- y pasáramos a financiarlo mediante los impuestos?

DESENGAÑO DEL PROGRESO. Es factible que para el 2016 algunos desequilibrios se hayan corregido. Pero estaremos de lleno ante el imperio creciente de las inseguridades, del riesgo. De aquí a 2016 esas sensaciones no harán sino intensificarse. Un tercio de los ciudadanos de entre 25 y 59 años se declara afectado por la precariedad laboral y social, ha estado en paro durante más de un año, recibe una pensión mínima o tiene un contrato subvencionado. Una nueva clase social proletarizada dominada por la ansiedad. La paradoja de este nuevo magma laboral que no hará sino crecer en los próximos años es que por un lado le exigen compromisos a largo plazo -familia, hipotecas- mientras por otro los obligan a vivir en una interinidad permanente, en trabajos low cost. Algo va mal, postulan en Europa los intelectuales de la socialdemocracia, pero es difícil que pueda ser de otra forma cuando vivimos inmersos en una sociedad sin otro referente que el hipercapitalismo y el hiperindividualismo, que ha olvidado el esfuerzo que hubo que hacer para tejer la urdimbre social que hoy se desmorona. Como apuntó Keynes, vamos a ser capaces de apagar el sol y las estrellas porque no dan dividendos.

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