LOLA Flores, en su saber popular, solía decir, "qué hablen mal de mí, pero qué hablen". Eso mismo han debido pensar los colectivos feministas que en estos días han incitado a todas las mujeres a lucir una axila sin rasurar y aderezada con colores llamativos y chillones.

En su lucha particular por desmarcarse de lo que ellas consideran cánones de belleza establecidos única y exclusivamente para uso y disfrute masculino, estas mujeres siempre han abogado por la no eliminación del vello corporal queriendo en esta ocasión ir un paso más allá. Ponerle divertidos colores a las zonas que biológicamente siempre han estado cubiertas de pelo. Una peculiar forma de llamar la atención del resto de féminas que pasan toda la vida luchando contra su propia naturaleza, una especie de esclavitud para las mujeres que han comenzado esta iniciativa.

Para el común de las mortales la pelusilla que aparece en piernas, axilas y demás lugares es algo molesto, antiestético y antihigiénico que merece ser eliminado. Con independencia de lo que el novio de turno opine, pasamos media vida en centros de belleza luchando contra nuestro propio cuerpo. La razón, muchas veces, suele ser la atenta mirada de las demás féminas que pueblan la tierra. "Tienes vello en el bigote", "¿hace cuánto que no te depilas?", son las frases que más tememos escuchar. Para evitarlo llenamos nuestros baños de productos milagrosos que nos aseguran no volver a ver un solo vello en la zona en la que lo apliquemos nunca jamás. Visto así no es sólo una forma de esclavitud, sino una auténtica tortura. Pero cada quien elige la suya.

Revelarse contra lo estéticamente establecido o seguir la doctrina del querer estar impecable. Parece que siempre tiene que ser o lo uno o lo otro, o blanco o negro. En definitiva, siempre sujetas a una moda. Las axilas de colores pasarán, al igual que lo hicieron las cejas ultra depiladas, y vendrán nuevas tendencias y mujeres de cualquier índole se subirán al carro, pero al final ninguna hará lo que realmente le dé la gana.