La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El derribo del vallado de la Fábrica de Artillería de Sevilla
Historiar, si se hace con honradez, es desmitificar y luchar contra los tópicos contemporáneos. Bien lo sabe quien ha tenido que bregar con el gran embeleco de las llamadas “tres culturas” andalusíes. Prepárese, quien ose desafiar tales tinglados, a experimentar el acoso de los guardianes del paraíso.
Uno de los grandes forjadores, a nivel político y luego popular, del mito andalusí es el no menos mitificado Blas Infante, sobre el que acaba de presentar en Sevilla un esclarecedor estudio, tanto biográfico como sobre sus ideas políticas y sociales, Macario Valpuesta. El autor es catedrático de latín y griego, profesor también de Derecho Romano y, de raza le vienen las inquietudes investigadoras, nieto del recordado gran archivero de Indias y afamado americanista don Cristóbal Bermúdez Plata. ¿Cómo recaló el profesor Valpuesta en Blas Infante? Intuimos que su presencia durante algunos años en las Cinco Llagas, verdadero templo del andalucismo triunfante, como diputado por Vox le impulsó a interesarse por su figura. Y cuando alguien de sus capacidades se interesa por algo, el resultado no puede ser un opúsculo o un panfleto, sino un libro de casi 500 páginas como es Blas Infante, “padre de la patria” e hijo de su tiempo.
Apenas hojeado aún –se presentó este pasado lunes–, me parece del mayor interés poder seguir el proceso intelectual, vital y político que hizo del rico propietario y jurista, regionalista y hombre de progreso como se podía ser hacia 1915, cuando publica El ideal andaluz, el exaltado islamófilo en lo religioso y cultural, anarquista en lo social y secesionista en lo político que era ya en 1936. Es indudable que el clima de la II República ejerció sobre él una poderosa y, a la luz de sus propios textos, negativa influencia. Su injusta y desastrada muerte no puede velar el hecho de que por entonces ya escribía cosas como: “No temblaría nuestro pulso. Conscientes de lo que significa la Dictadura pedagógica, nos complaceríamos en firmar, para defender la Vida, muchas sentencias de muerte […] Ejecuciones cuidadosamente escogidas y bestias humanas llevadas al patíbulo”. No se refería a asesinos en serie, simplemente a los “caciques” a los que atribuía todos los males de Andalucía, quienes debían ser descubiertos por “comisiones informativas que vayan de pueblo en pueblo […] ejecutores de castigos rápidos y contundentes”. Estremece pensar las vueltas de la vida.
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