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Albert Boadella dijo esta semana, sin despeinarse, que su nómina anual al frente del Teatro del Canal va a ser de cien mil euros. Nada relevante, matizó, puesto que es la que tenía hasta ahora como director de Els Joglars. Y uno se pregunta cuánto ha de ganar una compañía privada para pagar a su director cien mil euros anuales, al resto del elenco en consonancia, y encima logrando que haya superávit.

Son fechas de gordo de Navidad y de pedrea. La televisión no va a hablar de otra cosa en las próximas horas, mostrando en directo, siempre en directo, la euforia de los ganadores. Me alegraré, nos alegraremos, de que los premios estén repartidos, que toquen a quienes más los necesiten. Que las gentes de bien sean afortunadas. Que a nuestros conocidos, por qué no, les llegue algo.

Pero en estos tiempos de loterías, de buenos deseos, es inevitable pensar en las tremendas desigualdades existentes. Lo ideal es que todos estuviésemos en una franja media. Bien tirando a muy bien. Sin embargo, los hay que están muy bien y los hay que están muy mal. Los que están muy bien también se atreven a nombrar la palabra crisis. La pronuncian por la tele, pero les suena a falso. Se les nota en la boca el silabeo de ventrílocuo. Que le digan a Albert Boadella. Para quien los cien mil euros sólo son un salario base. Ya que por llegar a un salón de actos invitado por una fundación, y hablar de sus cosas, de sus ocurrencias, puede ingresar una cifra de cuatro dígitos en una sola noche. Por ser quien es. Es de los que si le preguntan por la crisis no va a callar.

Es ésta una sociedad de contrastes. En este país, hoy mismo, hay 30.000 coches oficiales circulando por nuestras calles. Y no parece que sus ocupantes tengan mucha intención de abandonarlos. Aunque se les llene la boca hablando de crisis. Sean felices.

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