La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Bodas menguantes

No me cuadran las cifras menguantes de bodas religiosas con las crecientes de hermandades y cofrades

Desde un punto de vista religioso no me parece una mala noticia que haya más bodas civiles que religiosas -de 3.389 enlaces celebrados en nuestra provincia 1.250 fueron católicos y 2.121 civiles- porque esto debería significar que quien hoy se casa por la Iglesia lo hace por convencimiento y libremente, no por imposición clerical o presión social. Y la religión es cuestión de íntimo convencimiento, nunca imposición o rito vacío. Por lo tanto, se puede decir que hay muchos menos matrimonios católicos, pero mejores.

Lo que no me cuadra es el desfase entre estas cifras menguantes y las crecientes del número de hermandades, cofrades y nazarenos. Es un descuadre parecido al nacional entre quienes se dicen católicos (un 70%) y quienes se casan por la Iglesia (un 22%). No me refiero a quienes abarrotan las calles para presenciar las procesiones: esta afición desligada de la práctica religiosa y hasta de la creencia ha ido creciendo desde que a mediados del siglo XIX espectáculo cívico y rito religioso se fueron hibridando en una sociedad cada vez menos homogénea. Me refiero a quienes se hacen hermanos, juran las reglas, visten la túnica… Y se casan por lo civil.

No me sirven los precedentes populares habitualmente invocados. La antigua devoción sencilla a las imágenes o lo que se llamaba fe del carbonero ya no existen. El hermano que contestó "pa eso tengo al día mis recibos" cuando le reprocharon que cada Función Principal comulgara pese a presumir de furibundo anticlerical y no practicante, el moribundo que se negó a recibir la extremaunción porque para entrar en el Cielo le bastaba la túnica que tenía preparada para amortajarse o el conmovedor relato que contó el cura Javierre en su pregón del viejo sindicalista que nunca pisó una iglesia pero llevó siempre en su cartera una estampa del Gran Poder... Son muchas las emocionantes anécdotas de quienes por desapego de una Iglesia impositiva y de aquel catolicismo de "a Dios rogando y con el mazo dando" habían encontrado en su hermandad un acogimiento que los fariseos le negaban y en la imagen de su devoción a ese Dios que llevaba sobre sí el dolor antiguo de los proletarios al que Núñez Herrera dedicó su Salmo al Gran Poder. Pero de eso ha pasado casi un siglo, la Iglesia y la sociedad son otras y aquella honda devoción popular se ha degradado en muchos casos en la superficial afición costal-priostal-agrupacionera. No nos engañemos.

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