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Cambio de sentido

Bombardeo íntimo

No dejo de pensar en cómo cae el aluvión informativo de la guerra en las cabezas y los corazones

Cuando la Guerra del Golfo, yo aún era una chiquilla en un patio al que llegaban, amortiguados, los ruidos de la calle, las vecinas, la familia, la tele. Recuerdo los días de la Operación Tormenta del Desierto como uno de los peores de mi vida. No entendía, y me aterré. En mi bloc brillaba una pegatina contra la Guerra Fría. Los sábados veía Informe Semanal con mi abuela. Juntas contemplábamos tanques, secarrales y bebés entre moscas. Pensé que el fin de los tiempos estaba cerca, y tendría la forma del hongo atómico. Hace poco, una amiga de mi quinta me confesaba que vivió aquellos días de misiles televisados en directo con un pánico idéntico.

Quizá sea por deformación profesional (pasé varios años en una facultad de periodismo impartiendo clases sobre los efectos de la información), que desde que estalló la guerra en Ucrania no dejo de pensar en cómo cae este aluvión informativo en nuestras cabezas y corazones. Tal vez piensen que esto carece de importancia. Estoy en desacuerdo. Quienes gobiernan en el mundo democrático conocen la importancia de las corrientes de opinión pública. En estos días, puede percibirse cierta presión en que tales corrientes sean unánimes incluso en asuntos razonablemente cuestionables, como el envío de armamento o su uso por parte de la población (es imaginarme a mí misma empuñando un arma a lo Boris Grushenko y se me pasan todas las certezas). Los efectos de esta avalancha informativa y opinativa no sólo afecta a lo cognitivo; también, a lo emocional y hasta a lo irracional. Y es aquí donde me preocupo. Tras una pandemia y una pospandemia y una pertinaz sequía, ataca a nuestros corazones la noticia de la guerra y la amenaza nuclear, con una intensidad 24/7 en las imágenes, mensajes y en las opiniones vehementes de cualquiera, poco tolerantes con la más leve disensión. No me preocupa tanto quien todo esto le pilla fuerte y en su plena madurez; pienso en la chiquilla que fui y en mi horror a ver las luces de los misiles en el Golfo, o en mi abuela que musitaba ante aquellas imágenes "Ay, Señor, ¡yo sé lo que es una guerra!", o en quien dice: "Tengo el derecho a no saber, porque no puedo más". Pienso en el que se ha visto todas las películas de puñetazos justicieros y grita que lo arreglaría todo cortando gónadas. No podemos despreciar los efectos en la mente y en el ánimo del bombardeo continuo en el interior de cada cual. La devastación íntima es también es colectiva. A mal tiempo, sensatez.

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