el poliedro

José / Ignacio Rufino

'Boomers', 'X' e 'Y' en la misma oficina

El inexorable alargue de la vida laboral hará que tres generaciones muy distintas convivan en el mismo espacio de trabajo

LA llamada brecha o gap generacional es algo que uno comienza a tener en cuenta cuando decididamente ha dejado de pertenecer a la categoría sociológica "joven", y esta sensación de ingresar en el grupo social que ocuparon un día tus padres se presenta más descarnada cuando ya no eres un adulto a secas, sino que comienza a hacerse patente física, psíquica y relacionalmente que uno es, sin remedio, añoso. Término feo, pero muy denotativo y muy utilizado en el nada eufemístico lenguaje de los médicos; precisamente lo aprendí cuando una amiga quedó traumada porque su tocólogo le dijo que ella era una "primípara añosa". La paternidad aun abunda más en ese descubrimiento de que tienes al menos dos generaciones por detrás -quizá mejor, por delante-, y puede que por eso mismo los que no tienen descendencia mantengan en general un aire más desenfadado (sin duda un adjetivo correcto, porque ver a los hijos transitar el camino hacia la edad adulta implica un plus de enfados).

Una generación es, según el DRAE, un "conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos". En muchos casos, esa afinidad por la edad es mayor que la que tienen personas de la misma clase social y distinta generación. Estados Unidos es una fuente incesante nombres y apodos sugerentes para cuestiones sociales y económicas, términos que suelen adoptarse en otros países con otras lenguas menos plásticas que el inglés. En el asunto que nos ocupa, las tres últimas generaciones son, en orden decreciente de edad, los baby-boomers (los nacidos en la época de la natalidad explosiva de los países hoy desarrollados, o sea, entre 1940 y mediados de los años 60, quizá algo más tarde en el caso español), la Generación X (de mediados de los 60 a 1980) y la Generación Y (los nacidos entre 1980 hasta hoy). Uno, aunque es baby-boomer por los pelos, ya frisando la X, se sabe en la categoría que, al menos en términos laborales, ya divisa la rampa de lanzamiento hacia la jubilación. Pero no, me da a mí que antes de 20 años no se jubila uno de 1963.

Y este seguro alargue del retiro, precisamente, enriquece y a la vez complica las relaciones dentro de los centros de trabajo. En menor medida, esto siempre ha ocurrido: recuerdo que en mi primer empleo, en una empresa mediana y con solera, la muy veterana secretaria del jefe máximo tardó apenas una semana en espetarme: "¿Otra reunión? ¿Y cuándo vas a empezar a trabajar?". Era claro que la reunión no entraba dentro de su universo laboral: sacar papeles fuera uno tras otro o llegar oliendo a legionario a casa tras echar mil horas: eso sí era trabajar. Hoy, los desencuentros intergeneracionales se producen por otras cosas: respeto a la jerarquía y a la antigüedad, habilidad digital y en las redes, valoración de la meritocracia y exigencia del reconocimiento de ésta, capacidad de sacrificio o de trabajar en equipo, y buenas o malas maneras. Un reciente, amplio e interesante estudio de Ernst&Young sobre el choque generacional en el trabajo saca algunas jugosas y algo predecibles conclusiones. Según los miles de profesionales consultados, los puretas baby-boomers no vaguean con la edad y son gente productiva que trabaja duro. Los medianos de la Generación X sufren ansiedad por trepar y son los mejores trabajadores en equipo. Las promesas profesionales de la Generación Y arrasan en las tecnologías -lo que les da mucho poder, aunque sea informal-, pero son vistos como más agresivos y más vagos. Estos arquetipos se dan también aquí en España. Lástima que el desempleo de nuestra Generación Y (nuestro desempleo "roza la inmoralidad", dijo el viernes aquí Joaquín Aurioles), no haga que experimentemos bien este divertido juego demográfico y profesional.

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