Aunque hay aficionados, béticos of course, que hubiesen preferido que este domingo hubiera marcado de blanquiazul, la llegada de Borja Iglesias debe servir de relajante para que las neuronas vuelvan a su ser. Nunca jamás se había visto al beticismo tan crispado como en este verano de 2019 tan templado en lo climático y tan alborotado en la cabeza de muchos béticos. Y la tardanza en llegar de Borja ha podido ser un detonante.

Uno de los muchos detonantes generadores del estado de ansiedad de gran parte de la afición del Betis. Ya sé que en más de cincuenta mil clientes tiene que haber de todo, pero lo cierto es que resulta difícil de comprender esta paranoia cuando precisamente estamos ante el Betis mejor dirigido de cuantos hemos conocido. Pero bien está lo que bien acaba y, al fin, el tira y afloja mantenido con el Espanyol ha finalizado antes de que el balón empiece a rodar en serio.

Parece que el capítulo de adquisiciones no ha dado a su fin, pero hay que considerar que la pieza más importante ya viste de verde, blanco y verde. El equipo necesita algún retoque más para que gane en fiabilidad, pero lo principal ya está conseguido. La falta de gol fue determinante para que el equipo no cubriese el objetivo de volver a Europa y con Borja Iglesias es más que posible su solución, por lo que procede que la grada de Heliópolis tome conciencia de su papel.

Y su papel no es el de hacerle caso a los falsos profetas que hacen de hombres de fútbol en los ratos que les deja libres la venta de crecepelo. Su papel es apoyar al equipo de campana a campana en la constatación indudable de que el juguete está en buenas manos. La mala experiencia del pasado año con la grada convertida en una máquina autodestructiva debe servir para no recaer. Esperemos que con la llegada de Borja, el Betis se reconcilie con el gol y, por ende, con la grada.