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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Braulio

Poesía y periodismo parecen antagónicos, Braulio Ortiz demuestra todo lo contrario

Elotro día mi hija nos invitó a ver el vídeo de su boda. Un dechado de alegría y felicidad con una escena surrealista: el padrino, que era yo, leyendo plácidamente el periódico en el salón de mi casa, ya vestido de pingüino para ir a la ceremonia. El día de la boda amaneció muy temprano: cuando sonó el timbre para abrirle a la maquilladora; después llegaron los fotógrafos, porque la novia salía, como Dios manda, de la casa de sus padres. Aquello parecía el camarote de los hermanos Marx. Si no fuera un epíteto estúpido, diría que mi foto leyendo el Diario de Sevilla un par de horas antes del sí quiero se hizo viral entre nuestro círculo de familia y amistades. Un loco anda suelto con un fósil del siglo XX, el siglo del hombre de la calle como lo llamó el presidente de Estados Unidos Wodrow Wilson, la calle de los coches, de los periódicos, de los cines, antes de que volviera la caverna platónica.

En honor a la verdad, muy pronto cerré el periódico y lo dejé arrumbado por algún lugar de la casa. Era sábado, el día que escribe Braulio Ortiz. Su columna fue lo único que leí. Se la dedicaba a su madre recién fallecida. Una pieza magistral como todas las suyas. Él perdía a su madre pero la revivía con sus palabras y yo casaba a mi hija. Ese artículo de Braulio era la segunda parte del titulado Linaje que dedicó al recuerdo de su padre y que le ha valido el premio Unicaja de Artículos Periodísticos. La noticia se hizo pública el mismo día que Braulio intervenía en un coloquio con motivo de los 120 años del nacimiento de Cernuda, que dedicó un hermoso poema lleno de violetas a Larra, el patrono laico de nuestro oficio.

La pérdida del padre es un género literario. Es el antiedipo. Hay ejemplos asombrosos, como el libro Relato de amor que Agustín García Calvo dedicaba a su progenitor, destinado en la delegación de Hacienda de Zamora, o el protagonismo heroico que Javier Marías le confiere a su padre, el filósofo Julián Marías, en su trilogía Tu rostro mañana. Braulio perdió a su padre en las postrimerías del siglo del hombre de la calle, pero le ha dedicado una avenida de palabras.

Poesía y periodismo parecen conceptos antagónicos. El agua de la inminencia y el aceite de la aspiración a la eternidad. Braulio es poeta y periodista, como lo son Miguel Veyrat, Joaquín Caro Romero, José Joaquín León y Eduardo del Campo, como lo fue César González Ruano, de los primeros que vivieron de este oficio, autor de estos versos sublimes: "Una tarde de mirada infinita / moldeaba entre mis manos un poema / que al doblar una esquina como ave fugitiva / voló para cantar en una rotativa".

Titular una información es una forma de hacer poesía, me decía Juan Manuel González, tan buen periodista como excelso poeta, que eligió un final como el de Larra. Cruzamos juntos el Atlántico con Miguel de la Quadra Salcedo, rompimos el hielo cuando él leía a bordo Elogio de la madrastra, de Mario Vargas Llosa, y alguien nos fotografió en cubierta atracando en Lisboa. Endecasílabos con cíceros, la lírica del tipómetro y el corondel que no tiene quien le escriba.

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